SIN ABOGADOS

(Imagen: E&J/ Óscar Peña)

Hace unas semanas, el recién elegido Decano de Valencia, Don Mariano Durán, decía en su discurso de investidura que sin abogados no hay justicia. Y lo dicho por Don Mariano, además de verdad, es agradable escucharlo en estos momentos en los que se opina con extremada ligereza sobre la abogacía. Últimamente, por ejemplo, con motivo del proceso legislativo de la nueva Ley de acceso a nuestra profesión, se ha oído decir en muchos foros, de forma generalizada, que la formación de los abogados españoles que hoy están ejerciendo la profesión, es mala, nefasta o cosas peores.

No estamos de acuerdo, claro que hay abogados mal formados, pero también y muchos bien formados. Todos aquellos que estudiaron la carrera con suficiente tiempo para cubrir los temarios y asentar un conocimiento teórico, robusto, profundo y universal de las instituciones del derecho, no perturbado por el prematuro análisis de parte. Conocimiento que luego actuó como cimiento sólido del crecimiento del aprendizaje práctico de la aplicación del derecho, aprendizaje, que antes de entrar en vigor la actual normativa laboral, era posible adquirirlo en miles de pequeños despachos en calidad de pasante. Las pasantías en muchos casos constituyeron auténticos Másters formativos, en los que los alumnos no debían pagar por aprender y, en ocasiones, hasta cobraban. Gracias a esos generosos abogados maestros y a las duras pasantías, hoy en España hay grandes letrados.

Lo dicho no impide que aplaudamos con sinceridad las nuevas exigencias para alcanzar la categoría de abogado, que son necesarias por múltiples razones. Los tiempos cambian y lo que antes era posible y útil ahora ya no lo es, lo fue en su época, con luces y sombras, provocando generaciones de grandes abogados que han servido y sirven a la justicia, en mayúscula, a la del caso concreto.

En cualquier caso, vale lo dicho por Don Mariano Durán, sin abogados no hay justicia.