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José Juan Pintó: «Si el cliente no es sincero con su abogado y le oculta la realidad, se conduce a la catástrofe»

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José Juan Pintó: «Si el cliente no es sincero con su abogado y le oculta la realidad, se conduce a la catástrofe»

  • Economist & Jurist ha tenido acceso exclusivo a entrevistas póstumas realizadas a nuestro querido y recientemente desaparecido José Juan Pintó. En esta que les ofrecemos, D. José Juan reflexionaba acerca de la profesión que ejerció y que amó durante toda su vida: la abogacía.


 

 



Como primer faro orientativo hacia aquello que debe hacerse; y realmente, a partir de entonces, ya el Título Preliminar del Código Civil fue reformado, se admitió el carácter informador de los Principios Generales del Derecho, y, sobre todo, la ponderación no exclusiva, de la equidad que exige la consideración de todas las circunstancias y la especial atención al caso concreto.

No basta una justicia general estereotipada, sino que la Justicia ha de crearse y determinarse, también para cada caso concreto, sin perjudicar el principio de seguridad jurídica que es tributaria, no de una ley determinada, sino del ordenamiento jurídico.



¿Qué es lo que más le puede molestar de un cliente?

La insensatez de no ser sincero con su abogado.



Si el cliente no es sincero con su abogado y le oculta la realidad, se conduce a la catástrofe. Pensad que al abogado se le pide una cosa que no se le pide a nadie más que a él. Es elemental cuando hay un conflicto entre dos personas o entre varios intereses, que el que ha de juzgar si una conducta está bien o está mal, las oiga a todas.

El abogado le dicen: “señor abogado, ¿yo ganaré en este pleito? ¿yo tengo razón?” Y el abogado, oyéndole sólo a él, sin haber oído al contrario, tiene que decirle cuál es el pronóstico que el cree que hay que pronunciarse, qué es lo que ocurrirá. Y esto sin oír al contrario.

¿Y por qué puede atreverse el abogado a hacerlo así? Porque cuenta con la sinceridad del cliente; con una sinceridad profunda y absoluta. El hombre angustiado que es sincero y sensato, se lo dice todo y hasta le expresa sus temores. Y esto es lo que le permite al abogado, con una visión unilateral, hacer algo que sea propio de una visión poliédrica o general.

¿Cree que la justicia es ciega?

Es ciega para lo malo, pero no puede, ni debe, ser ciega para lo bueno.

La Justicia no tiene que mirar lo inconveniente: si el poderoso es conveniente protegerlo más que al débil; si hay que proteger al triunfador; si se busca cualquier interés desviado; yo juez quiero quedar bien, esto no ha de verlo, esto está cegado. Pero, ¿que la justicia sea ciega? La Justicia ha de tener en cuenta en profundidad todos los derechos y todas las circunstancias.

Ya lo dijo Ulpiano: “divinarum atque humanarum rerum notitia”; no solo el derecho, hay que saberlo todo, en gran amplitud, en gran profundidad, con gran seriedad y con un gran principio de meditación y ponderación.

Razón siempre hay una en favor de una parte y otra en favor de la otra, pero son un cúmulo de razones y hay que medir el conjunto de razones. En aquella colisión de derechos, ¿cuál es más digno de protección jurídica? Los intereses son contrapuestos porque ninguno de ellos carece de razón. La tragedia del conflicto jurídico es que chocan dos intereses protegidos por normas específicas. No hay ningún pleito en el que alguno tenga absolutamente toda la razón y el otro no tenga ninguna. Siempre hay una gran dosis de incerteza y esta se debe a que hay intereses contrapuestos, pero muchas veces, ambos dignos de protección jurídica. Cuando se produce esta colisión de intereses protegidos, la sensibilidad del juez, buscando por todo el ordenamiento jurídico y buscando la justicia material, la ponderación, es un acto muy sutil, muy difícil, muy digno de admiración.

Por esto a mi lo que me indigna es que digan: “Este juez sí que vale, se saca el papel muy deprisa”. No es la prisa, el juez debe estar sereno y tranquilo, no apremiado, porque su labor es digna de admiración, pero requiere sosiego, tiempo, meditación y gran reconsideración insistente.

Por la pasión que expone, ¿por qué eligió ser abogado?

Porque cuando ingresé en la facultad vi y escuché a un catedrático que explicaba Derecho Romano. Cuando vi con qué profundidad los juristas romanos habían analizado, más que la norma jurídica, el alma del hombre que tenía que soportar la norma, conciliarla y practicarla, sentí una terrible atracción por aquello. Y no lo he olvidado jamás.

El derecho es normación de la vida. La vida, con sus matices y sus grandezas. La normación que grande ha de ser para ser acertada y nunca será plenamente acertada. Es una aspiración al acierto a que a cada uno se le de lo suyo: “ius suum cuique tribuere”. No es solo el dinero, no solo es el bienestar, no solo es una casa, no solo las cosas, sino su propia dignidad es acreedora al respeto y a que su palabra sea valorada y tiene que merecer que así sea.

¿Se ha arrepentido de ejercer la profesión de abogado?

No de ejercer la profesión de abogado, pero si alguna vez de iniciar una defensa dudosa que me ha provocado un fracaso.

Cuando fracaso (que yo fracaso, aunque yo soy de los que lo dicen y los abogados no suelen decirlo) no me dedico a desesperarme ni a entristecerme, sino que después de un día de reposo para asimilar el terrible golpe moral que se recibe, me quiero entretener en pensar en por qué he fracasado. Y es que no basta con tener razón. Además de tener razón, el cliente ha de tener condiciones subjetivas y objetivas suficientes para que, en la lucha, pueda demostrar aquello que se va a conseguir.

Si no fuera abogado, ¿qué otra profesión hubiera escogido?

Durante mi infancia he deseado tantas cosas como ser bombero. Durante otra época deseaba ser portero, porque estaba siempre sentado. También ciclista, futbolista o aviador.

Pero cuando yo estudié en el bachillerato “moral”, que es una norma muy semejante al derecho, pero sin coercibilidad, ya vi que aquello de comandar la conducta humana, ponderar la conducta humana, me atrajo bastante.

Ahora, mi vocación jurídica, se incrementó en el momento en el que yo escuché dos o tres clases de derecho romano. Yo fui abogado, porque mi padre era abogado. Pero, mi consolidación subjetiva y mi entrega total, se debe a las clases de Derecho Romano. Ahora veo con alarma que el Derecho Romano antiguo y vetusto ya no hay por qué estudiarlo: ¡Dios mío, que Dios os coja confesados!

D. José Juan Pintó Ruiz

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