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Ejercicio de la Abogacía: Arte y Praxis. Oratoria Forense. Prestigio del lenguaje.

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Ejercicio de la Abogacía: Arte y Praxis. Oratoria Forense. Prestigio del lenguaje.



 
1. INTRODUCCIÓN

El ejercicio de la Abogacía requiere de una permanente formación para la mejora profesional en el consejo y defensa de los intereses de terceros ante los Tribunales. Compartimos por su vigencia permanente la conclusión de Ossorio al considerar que «la Abogacía no es una consagración académica, sino una concreción profesional´´: nuestro título universitario no es de «abogado´´, sino de «licenciado en derecho´´. Y es que, para poder ejercer la profesión, el «abogado´´ debe dedicar su vida a dar consejos jurídicos y pedir justicia en los tribunales. Y quien no haga esto será todo lo licenciado que quiera, pero no abogado.  El abogado debe aspirar a ser perfectible en su ejercicio profesional y no sólo la madurez en la praxis resuelve esta ambición. Se precisa de un ánimo vocacional abierto a nuevas técnicas que llevan a adaptar y replantear en lo necesario el ejercicio al momento y realidad social actual, lo que coadyuvará al respeto y diferenciación de quienes usamos la toga.
La mejor inversión es aquella que permita «fiar en si « tanto en lo moral como en  el conocimiento del derecho, la exhibición profesional, en su acepción noble de esos valores, será determinante para que nos elijan, quienes a nosotros nos juzgan: los clientes; y que en nuestra relación profesional se mantenga y permanezca al tiempo la confianza y  el respeto.
Tener recursos para vencer los momentos difíciles en los que nos coloca el ejercicio de nuestra profesión, y resolver con rigor y distinción jurídica sin perder la elegancia profesional los conflictos que se nos da oportunidad de resolver, es lo que, a mi juicio, nos otorga el prestigio y  reconocimiento profesional.



2. «ROLE-PLAYING´´



Entre las técnicas para la mejora profesional, analizamos el role-playing, término sajón, que en lenguaje cervantino, sería jugar, desempeñar un papel, para a partir de ahí lograr la concienciación profesional de los errores y aprender técnicas para corregirlos.
El juego permite la evaluación individualizada de los profesionales que integran los despachos, por colaboración, asociación o dependencia laboral y permite igualmente obtener una visión colectiva cuyo objetivo es dar calidad y valor al despacho.
El juego se desarrolla y vive como real, y sirve tras su conclusión como punto de partida y reflexión constructiva sobre la base de las conclusiones que los expertos establecen, para la mejora y corrección de errores o prácticas equivocadas.
Tres meses, seis, quizás más de un año de trabajo, conviviendo profesionalmente con nuestro cliente, sus circunstancias, su personalidad, muy probablemente muchos aspectos del calidoscopio humano de esta persona y todo ello confrontado en un breve tiempo, puede ser que brevísimo, frente al Tribunal, lo que precisa de reflexionar en el adecuado enfoque y estrategia del planteamiento, que permita obtener la mejor defensa del interés confiado.
El juego, que es autosimulación de la realidad, pretende hacernos ver la impresión que causamos. Las percepciones -como sabemos- nunca son neutras, o se tiene de entrada de nosotros una impresión favorable o desfavorable. Se someten a evaluación nuestros gestos, la forma en que saludamos y la seguridad o no que demostramos.
La relevancia de los cinco primeros minutos en la exposición del alegato es determinante, pues en ellos está el éxito o fracaso, de superar la barrera, supuestamente «hierática´´ e impenetrable, que el  Juez o Tribunal que preside, debe en teoría mantener para preservar la imparcialidad.
La práctica, se dice, hace maestros, y la «maestría´´ se puede fácilmente convertir en rutina. Aquello que se automatiza, si se hizo con «vicios´´ iniciales, permanece con ellos, lo que produce asumir hipertrofias que son corregibles.
Técnicas, tablas y arte profesional en la exposición y persuasión del mensaje no exento de ingenio, pero especialmente conocimiento de la propia personalidad y la de los otros participantes, llámese psicología aplicada.
Los jueces en su intimidad reconocen y distinguen entre los abogados de inmensa verborrea, o como el clásico italiano Manzoni los definía: «azzeccagarbugli´´, que se llenan de palabras sin ligazón concreta, enredosos en su discurso, somníferos de la audiencia; y también saben valorar a aquellos que saben hacer un adecuado y justo uso de la palabra, que son concisos a la vez que fiables en sus razonamientos, por claros, dinámicos en fuerza, razón y sentimiento.
El juego pretende, desde la capacidad de la reflexión personal, potenciar aquellas habilidades y técnicas eficaces y erradicar los defectos e inseguridades, dotándonos de recursos para superarlos, logrando dominar internamente la situación. Para ello se parte de hechos concretos que permiten realizar un estudio observacional que permita una evaluación. Se logra con el sistema la autoconcienciación de los errores, dando oportunidad a las técnicas de aprendizaje psicoemocional y al conocimiento de uno mismo.
Aún siendo ciertamente complejo el funcionamiento cerebral, es conveniente conocernos lo mejor posible para evitar explosiones emocionales que nos pueden traicionar. La motivación personal interna, aprender a gozar y disfrutar en el ejercicio forense, ser perseverante en el empeño con una buena tolerancia de la frustración, diferir la gratificación, regular los propios estados de ánimo, evitando así que la angustia perturbe las facultades racionales; además, la capacidad de empatizar, sin confundirla con la de simpatizar: hay que tener presente que cliente no es sinónimo de amigo, confidente o paciente. Saber llevar en su justa medida el desdoblamiento psíquico para la defensa de los intereses del cliente.
La inteligencia académica no es suficiente, por amplia y vasta que ésta sea, sino que es necesaria una metahabilidad como es la competencia emocional, enfocada hacia una triple perspectiva por el abogado: comprenderse, conocerse y controlarse a sí mismo, comprender al cliente y en tercer lugar, aunque no último, captar al tribunal y comprendiendo, saber transmitir y lograr alcanzar la meta y el propósito que nos lleva a la Sala. Debe mostrar tanto una inteligencia intrapersonal, como interpersonal, siendo hábil en las interactuaciones.
Debe haber un compás entre el lenguaje en el uso de la palabra y el lenguaje no verbal, de nuestros gestos, para lograr la adecuada trasmisión de nuestros razonamientos.
Aunque de una manera no consciente no se estén traduciendo simultáneamente los gestos, sí que se realiza intuitivamente, y  permite  a los observadores del juego que se percatan de si el comunicador es auténtico o no, si nos está inspirando desconfianza, aburrimiento o, por el contrario, fiabilidad e interés.
A través del tono, la inclinación o quiebra de la voz, la modulación, el acompañamiento y armonía de nuestros movimientos de manos, brazos, ojos, boca, el posicionamiento de nuestro cuerpo, se puede otorgar credibilidad y vida al verbo, o conseguir el efecto opuesto de matar a las mejores palabras cayendo en el vacío.
Una vez más hay que reiterar que no se nace enseñado, que mientras se aprende se construye un andamiaje, y que se puede deconstruir aquello mal adquirido para reaprehenderlo. Para ello hay que hacerse consciente y llevar a cabo un método de trabajo personal para desarrollar las habilidades que conducen a la maestría. Un buen sistema es la práctica del «role-playing´´,
Con el método de trabajo del ´´role-playing´´ y diversas técnicas, se le puede ofrecer la oportunidad a los profesionales de introducirse en las múltiples situaciones, basadas en casos reales, ante las que se han enfrentado, enfrentan o enfrentarán ante los Tribunales y en la vida profesional con los clientes.
El sistema nace de una autoevaluación que parte del examen a la respuesta que se da a las siguientes preguntas:
¿Posee un control de sus propias emociones y es capaz de no transmitir su estado cuando está delante del tribunal?
¿Se da cuenta del tono, inclinación, modulación de la propia voz cuando está argumentando ante el tribunal?
¿Es consciente de la respuesta de su propio cuerpo, de sus gestos, y de si todo ello acompaña a su palabra?
¿Es capaz de percibir rápida, por no decir súbita e instantáneamente, si su exposición está alcanzando el objetivo prefijado atendiendo a los receptores?
¿O quizás continúa impertérrito en su «programación´´ prevista sin considerar la respuesta de la audiencia?
¿Capta el momento cuando ya su exposición ha perdido interés y tiene la flexibilidad de modificar la situación?
¿Realiza una reflexión introspectiva y retrospectiva sobre lo acontecido?
¿Se hace consciente de los errores con un adecuado autoanálisis y los corrige?
¿Sabe relajarse previamente a afrontar su trabajo para tener una mayor atención y concentración?
¿Discierne entre la empatía y la simpatía con sus clientes sabiendo establecer los límites?.
Una vez obtenido un esbozo del propio funcionamiento a través del mini-cuestionario y como conclusión, recordar la propia limitación humana inherente a nuestra condición, que nos impide observarnos a nosotros mismos de forma objetiva, y del mismo modo que para ver nuestra imagen corporal necesitamos un espejo o una superficie que refleje, también para percatarse de nuestro funcionamiento y comportamiento de forma más satisfactoria es adecuado la evaluación y observación externa.

3. PRESTIGIO DEL LENGUAJE.



Sabido es que el lenguaje jurídico se caracteriza por la rigidez de su estructura: esquemas invariables establecidos de antemano (contratos, dictámenes, escritos forenses), con un léxico muy conservador, preciso, de tecnicismos y fórmulas con frases ausentes en muchos casos de la lengua estándar. Ello limita la creatividad y subjetividad del emisor, pues no puede hacer uso de metáforas no fijadas previamente, ni improvisar una organización nueva para su mensaje, ni jugar de forma personal con la lengua. La finalidad no es estética, sino funcional; el estrecho margen al que debe ceñirse tiene que servir para hacer su mensaje lo más transparente y preciso posible: debe aprovecharse de los límites que la norma y la tradición imponen, no asfixiar su prosa con ellos.
La pericia del que escribe y su buen uso del lenguaje determinarán si lo que quiere expresar es entendido de forma transparente por el receptor o si, por el contrario, la prosa es oscura, la lectura tortuosa y el provecho poco.
El objetivo debe ser que los textos sean claros y concisos y, por lo tanto, expliquen y convenzan de la mejor manera posible, desterrando de los escritos todo rastro de oscuridad y de ambigüedad.

 

 

 

 

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