¿El corrupto, nace o se hace? Cuestiones sobre la corrupción y su asentamiento en nuestra sociedad
¿Nacemos sabiendo lo que está bien y lo que está mal? ¿O lo aprendemos con el tiempo?

(Imagen: E&J)
¿El corrupto, nace o se hace? Cuestiones sobre la corrupción y su asentamiento en nuestra sociedad
¿Nacemos sabiendo lo que está bien y lo que está mal? ¿O lo aprendemos con el tiempo?

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Me han pedido en muchas ocasiones que hable o escriba del “perfil del corrupto/a”; también he escuchado en multitud de ocasiones la atribución de la corrupción a rasgos de personalidad concretos, señalando entre ellos los componentes de la conocida “Triada Oscura”, psicopatía, narcisismo y maquiavelismo. Pero el análisis no es tan simple. En esta “pandemia” que se extiende a diestra y siniestra hay que valorar también como marco clave el contexto social y cultural y el “zeitgeist”, el espíritu de los tiempos.
A pesar de que estamos ante un fenómeno global que parece inherente al ser humano, ni todas las sociedades son igualmente corruptas, ni estas se mantienen igual a lo largo del tiempo.
Hay pocos trabajos abordando el fenómeno de la corrupción desde la Psicología Social, algo extraño porque lo que sí se sabe es que esta puede acabar afectando a la psique, existiendo un estudio de año 2022 realizado por Zhang en el que se postula que la percepción de que existe corrupción gubernamental puede agravar los problemas de salud mental, incluida la depresión.
La conciencia de vivir en un estado corrupto influye en nuestra satisfacción vital. Cuando los psicólogos diferenciamos psicología clínica de psicología social nos referimos, entre otros factores como la inestabilidad laboral o la dificultad para el acceso a la vivienda, a esto, la confianza en el sistema político en el que vivimos. Tal y como lleva afirmando la O.M.S desde el año 2008, una parte importante de la salud física y mental puede atribuirse a factores sociales y políticos.
Pero el germen de este artículo no es cómo nos afecta la corrupción, sino qué provoca su aparición y contagio.
La corrupción requiere un entorno propiciatorio, tener la oportunidad de llevarla a cabo y en combinación con esos primeros factores es donde aparecen los rasgos de personalidad y los diferentes mecanismos para disminuir la Disonancia Cognitiva, ese Pepito Grillo mental que nos dice que “si robar es malo, nosotros somos malas personas”.

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Motivaciones varias
Las motivaciones que subyacen a la corrupción son varias, prevaleciendo el eludir perjuicios y sanciones, adquirir poder y mejorar el estatus económico. En algunos grupos en los que la corrupción este instaurada como hábito puede haber personas reticentes a incurrir en acciones delictivas pero que acaben cediendo al verse presionadas para participar en ellas y que accedan para evitar verse excluidas o perjudicadas dentro de su pertenencia al mismo. Nada nuevo para la Psicología de los Grupos y de las Organizaciones, ya que esta misma estrategia es común en grupos sectarios, organizaciones criminales y bandas juveniles.
Vamos a analizar los requisitos comenzando por el “entorno propicio”. El mirar hacia otro lado y consentir “pequeños” actos de corrupción como evitar pagar un IVA, aceptar un pequeño regalo por hacer desaparecer una multa o similares, abren la puerta a la normalización progresiva y a la relatividad moral. Si una sociedad consiente por omisión o “minimización” pequeñas transgresiones está abonando el terreno al aumento progresivo de las mismas.
En un experimento social realizado en el año 2000 con estudiantes universitarios alemanes, se les planteó la situación de tener que recuperar un billete con un valor de unos 100 euros que había caído por un desagüe. Debian pagar al fontanero y devolver “lo que sobrara” al dueño del billete. Pero solo los estudiantes sabrían que habían elegido entre los diferentes presupuestos que se les presentaron y cuánto les había cobrado por ello.
El resultado fue que solo un 12% fue absolutamente honrado. El 28% optaron por el presupuesto más barato apropiándose de la diferencia máxima. El porcentaje restante, 60%, fue “corrupto pero no del todo”, quedándose una parte y devolviendo otra.
La corrupción se retroalimenta, si una sola vez sale bien se instaurará como conducta reiterativa, porque no solo se habrán logrados los beneficios esperados, sino que además repercutirá positivamente en la autoestima, al creerse más listos que los que le rodean (autoconcepto positivo), y la ausencia de costes (sanciones) contribuirá no solo a la reiteración del sujeto inicial, sino también a la imitación de las personas del entorno.
Hablaba antes de las variables psicológicas, es cierto que las personas con rasgos psicopáticos pueden tener más facilidad hacia la corrupción pero no debemos caer en el error de pensar que el resto de las personas es inmune. La ambición es inherente al ser humano pero tiene unos mecanismos compensatorios que son la ética y la empatía. La persona con rasgos psicopáticos suele carecer de ellos, pero en el ser humano promedio, estos se combaten con minimización, negación y justificación, los mecanismos habituales con los que trampeamos la Disonancia Cognitiva.

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Rasgos psicopáticos de la corrupción
Generalmente el primero es la no personalización del perjuicio, ese dinero no es de nadie, no le ponemos cara, no estamos desvalijando la cuenta de ahorros de Dña. Mónica ni impidiendo que se financie el tratamiento para la ELA de Pedro. Al igual que en los campos de concentración se despojaba del nombre a los encarcelados sustituyéndolos por meras cifras, en la corrupción ocurre algo similar, son cifras, ese dinero no tiene un propietario concreto, es un abstracto, por lo que el corrupto puede eludir la culpa sintiendo que “no perjudica a nadie”.
Para ayudar en esta labor suele aparecer la comparación, saliendo incluso beneficiado o reforzado en ella con argumentos como “otros hacen cosas peores”, o “podía haber aprovechado más la situación”. Para finalizar el entorno propicio normalizará el acto, “todos lo hacen”, por lo que el hecho socialmente se habrá convertido en un comportamiento aceptable, estando solamente sujeto a polémica la cantidad.
Pero el corrupto ¿nace o se hace? ¿Nacemos sabiendo lo que está bien y lo que está mal? ¿O lo aprendemos con el tiempo? Estas preguntas han fascinado a filósofos, psicólogos y educadores durante siglos. Uno de los intentos más influyentes por responderlas vino de Lawrence Kohlberg, un psicólogo estadounidense que dedicó su carrera a estudiar cómo evoluciona el juicio moral desde la infancia hasta la adultez. Inspirado por Jean Piaget, Kohlberg propuso que el desarrollo moral ocurre en etapas progresivas, cada vez más complejas, que reflejan la forma en que una persona razona sobre los dilemas éticos. No se trata solo de saber qué está bien o mal, sino de por qué creemos que algo lo está.
Kohlberg identificó tres niveles principales de desarrollo moral, divididos en seis etapas que se corresponderían con las diferentes etapas del desarrollo de una persona, infancia, adolescencia y edad adulta. El acceso a los diferentes niveles permitiría acceder a una forma distinta y más evolucionada de entender las normas, la justicia y la responsabilidad.
En el Nivel preconvencional, correspondiente a la infancia, los niños al no entender aún las reglas como principios morales, su razonamiento está centrado en las consecuencias personales, pasando de una primera etapa denominada “moral heterónoma” (obediencia y castigo): En la que actúan siguiendo la premisa de que lo bueno es lo que evita el castigo. La autoridad es incuestionable y las reglas se cumplen por miedo. Posteriormente se pasa a una segunda etapa caracterizada por el individualismo y propósito instrumental. Lo justo es lo que satisface mis intereses. Aparece el trueque moral: «Yo te ayudo si tú me ayudas».
El Nivel convencional en el que se encuentran los adolescentes y una gran mayoría de adultos se interiorizan las normas sociales y se valora la conformidad con el grupo también habría dos etapas, la de Expectativas interpersonales. Ser «bueno» significa agradar a los demás, cumplir con lo que se espera de uno y la correspondiente a Orden social y autoridad. El respeto a las leyes y al deber es central. La moral se basa en mantener el orden social.
Por último, estaría el Nivel postconvencional, que según el autor solo alcanza una minoría de adultos y en la que el juicio moral se basa en principios éticos universales, incluso si van en contra de las normas establecidas. Se correspondería con la denominada Contrato social y derechos individuales. Las leyes son importantes, pero pueden ser cuestionadas si no protegen la dignidad humana. Se valora el consenso democrático, para tener su culmen en la última etapa o de Principios éticos universales. La justicia, la igualdad y el respeto por los derechos humanos estarían por encima de cualquier norma.
La ética para frenar la corrupción
Nos preocupamos mucho por la infantilización conductual de la sociedad occidental, plagada de adultos haciendo bailecitos en redes sociales, pero es aún más preocupante la infantilización del desarrollo moral que se puede atisbar a través de la epidemia de corrupción que nos asola.
El único abordaje que podría disminuir progresivamente la corrupción no está en el endurecimiento de las leyes, a fin de cuentas, endurecer la ley no afecta a las condiciones que llevan a que una transgresión se cometa, sino a sus consecuencias, está en la interiorización temprana de los valores éticos y morales a través de la educación y del modelado desde los referentes sociales.
Respecto a estos, incentivar a través de reconocer socialmente los comportamientos honrados y denostar todas las acciones de corrupción, pequeñas y grandes, algo difícil en un país que cuenta entre sus referentes literarios con una obra como El lazarillo de Tormes, prototipo del “pícaro” español, podría llegar a lograr que la sensibilidad hacia la corrupción cambie, y esta suponga un coste social para el corrupto, al igual que se tiene hacia el violador o aquel que comete actos de canibalismo.
Con esas bases sí se podría lograr que las medidas que la dificulten, como la implementación de la transparencia y en refuerzo de las consecuencias de la misma funcionen, incluyendo en estas últimas la devolución íntegra de lo sustraído como condición sine qua non para la extinción de la pena.
Ser un corrupto no es ninguna patología, ni siquiera es un trastorno de personalidad, aunque haya rasgos de esta que pueden estar implicados, pero erradicarla, como afirman la O.M.S y la O.N.U, sí es una cuestión de salud pública porque nos afecta a todos los que componemos esta sociedad.
