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Gestión de Despachos: El ejercicio de la profesión de abogado en un despacho familiar

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Gestión de Despachos: El ejercicio de la profesión de abogado en un despacho familiar

(Imagen: E&J)



 

Por Juan Marroquín. Abogado. Director Adjunto de Inoxcrom, S.A.



EN BREVE: «Cuando desde Difusión Jurídica me preguntaron sobre mi predisposición a trasladar a jóvenes abogados mi personal experiencia con relación al intitulado (pertenecer a un despacho eminentemente familiar), lo cierto es que tuve mis «naturales» reticencias, porque ello conllevaba tocar cuestiones que se escapan del ámbito del ejercicio de la profesión de abogado, para confundirse con cuestiones personales y familiares, con la consecuente invasión de la intimidad de la familia.

Además de ello, la vida y la sociedad es maravillosamente dinámica, y lo que yo pueda explicar de mis vivencias y sentimientos en el contexto en que las viví, probablemente –seguro- no tienen hueco en el momento actual y en la forma que los abogados entienden el ejercicio de la profesión.



Difusión Jurídica es parte de mi pasado -también de mi presente-, y además de orgulloso por haber pensado en mí, quedaba gratamente complacido de que lo hubieran hecho para tan delicada cuestión.»



Pertenezco a esa generación de hijos de la posguerra que nacieron, muchos de ellos, marcados por sus progenitores. Hijos de padres y madres que habían participado en la guerra y que la habían vivido, con todo lo que ello conlleva, en especial la seguridad de un trabajo con el que ganarse el pan.

Y en ese contexto mi padre, Ilustre Fiscal y extraordinario abogado, encauzó desde muy jóvenes a sus cinco hijos varones (por aquel entonces las mujeres no habían alcanzado el elemental derecho a una formación universitaria) para que siguiéramos sus pasos en el mundo del derecho, y, en concreto, en el ejercicio de la profesión liberal de abogado.

Y como he dicho, creo que el motivo principal por el que nos animó a seguir sus pasos, no fue tanto por el Derecho en sí mismo, sino por la seguridad y el orgullo que para él representaba en aquellos tiempos que sus hijos siguieran el «negocio» familiar, lo que les permitiría, si no lo hacían rematadamente mal, ganarse la vida, y permitiría el crecimiento de un «negocio» cuya andadura había iniciado él sin la ayuda de nadie. Todo un reto personal del patriarca de una familia llena de abogados.

Y así fue como inicié desde joven –apenas con 17 años-, mi colaboración profesional con mi padre y, más tarde, con mis hermanos.

Eran otros tiempos en los que apenas existían despachos o bufetes colectivos de abogados, y lo que existía era la figura del pasante del abogado de que se tratara, y que apenas tenía acceso personal al cliente. El principio de intitue personae primaba en la relación entre el abogado y su cliente, cuestión ésta última muy difuminada con el auge de los despachos colectivos.

Como no podía ser de otra forma, mi padre fue siempre más mi padre que mi jefe, y esa es una cuestión compleja cuando se entra en el ámbito profesional. Pero lo que resulta innegable, es que todo lo que fui y soy (porque esa condición ya no se pierde nunca cuando se adquiere) como abogado se lo debo a sus enseñanzas.

Con el tiempo se fueron incorporando primero mis hermanos y luego jóvenes abogados, para configurar lo que hoy es un bufete integrado por miembros de la familia y por jóvenes abogados –hoy ya no tan jóvenes- que han ido creciendo con él.

Llegados a este punto de breve introducción personal e intransferible, entiendo que el artículo debería pretender dar consejos sosegados y objetivos a esos abogados jóvenes a los que va dirigido, para el caso de que se integren en despachos o bufetes familiares, pero reitero mis reservas de que mi subjetividad pueda ser objetiva, porque si cada persona es un mundo, los bufetes familiares también lo son.

Sentado lo anterior, empezaré refiriéndome a los abogados jóvenes no familiares que inician su andadura profesional en un bufete familiar, y sin más preámbulo reafirmo el principio del intitue personae de la relación entre abogado y cliente, y el futuro y el éxito de aquel joven abogado, vendrá muchas veces determinado por la confianza que adquieran con él los clientes del bufete que le sean designados, hasta el punto de hacerlos suyos, pero esa ya sería otra historia.

Resulta evidente que en sus primeros pasos el abogado con poca o nula experiencia profesional deberá apoyarse, con humildad, en aquellos compañeros con mayor experiencia que lleven más tiempo en el engranaje del despacho familiar, porque además de mejorar la calidad de sus trabajos, podrá intuir el mejor camino para su aportación al bufete, con la consiguiente complacencia de aquellos que, con el tiempo, deberán decidir su incorporación como socio del bufete, legítima y necesaria aspiración del abogado que pretenda prosperar como abogado en el seno de un bufete familiar.

Y tan evidente como lo anterior, es que resulta muy bien recibido por el abogado senior que precisa de los servicios de un joven abogado, la iniciativa de éste en solucionar los problemas del cliente, y, sobre todo, en conseguir que éste –el cliente- perciba que detrás del joven abogado se encuentra la garantía de aquél en quien confía, que casi siempre suele ser un miembro de la familia que domina la titularidad del bufete.

El abogado que inicia su andadura profesional, por bien que haya hecho sus deberes en la etapa universitaria, carece del elemento fundamental de la experiencia, y esa circunstancia, que a todos afecta, conlleva un principio de desconfianza –por otro lado racional- por parte del abogado veterano, para asignar la responsabilidad de un cliente a ese joven abogado.

El primer reto –y fundamental- que debe marcarse el joven abogado, es ganarse la confianza del abogado veterano –sea o no miembro de la familia o socio del bufete- que dirija su equipo, porque una vez ganada esa confianza, estará en disposición de tratar directamente con el cliente que se le asigne, y ese es un paso fundamental en su crecimiento como abogado.

Y también resulta evidente que esa confianza se gana con el trabajo bien hecho, siendo diligente y con una calidad técnica mínima que le permita –al abogado senior- aprovechar lo ya redactado, evitándole largas correcciones o, incluso, rehacer el trabajo ex novo porque nada es aprovechable.

Para mejorar su calidad de trabajo y conocer las particularidades de cada bufete, a veces muy personalistas al tratarse de despachos familiares, será muy provechoso que el abogado recién incorporado se apoye en los compañeros con más antigüedad, que a buen seguro harán lo que proceda para prestarle ayuda cuando lo necesite.

La confianza también se gana en el trato personal y directo entre el abogado senior y el abogado junior, que además suele ser muy frecuente, y aunque es una idea generalizada que, al tratarse la abogacía de una profesión liberal íntimamente ligada al principio de intitue personae, existen naturales reservas entre compañeros de Bufete en compartir sus conocimientos y experiencias.

En mi personal experiencia y aún reconociendo que existen -yo no las he vivido-, durante el tiempo que desempeñé el ejercicio de la profesión de abogado en el despacho familiar, ni con mi padre, ni con mis hermanos, ni con los restantes abogados ni entre ellos, percibí en ningún momento esa reserva que, aunque pueda resulta racional tras una egoísta reflexión, sin duda es un error cuando se produce.

Ganada la confianza del abogado senior, y en consecuencia con una presumible calidad profesional por parte del abogado junior, el siguiente paso es ganarse la confianza del cliente asignado, y aunque parezca labor compleja, lo cierto es que no lo es, porque si el cliente percibe que detrás siempre está y en todo caso su «abogado personal» (el socio del bufete sea o no familiar), sólo le quedará ganárselo personalmente, y eso sólo se consigue con el trato, por lo que acabará siendo una cuestión personal (intitue personae).

En definitiva, que las pautas para crecer en un despacho familiar son las mismas que para crecer en cualquier bufete de abogados, y de hecho son extrapolables a cualquier otra profesión, y así; responsabilidad y profesionalidad, humildad y respeto en el trato con los compañeros, ofreciéndose a coadyuvar en lo que se pueda, iniciativa en el trabajo, estudio constante para mejorar la calidad técnica de los servicios profesionales, pragmatismo, y así un largo etcétera, y de cumplirlas, el abogado junior crecerá sin darse cuenta allá donde esté.

Siguiendo en el ámbito de los despachos familiares, me preguntaban desde Difusión Jurídica mi opinión sobre la conveniencia de que un joven abogado miembro de la familia titular del despacho en cuestión, iniciara su andadura profesional en otra firma antes de incorporarse al bufete familiar, y mi conclusión no puede ser más que una: un rotundo sí.

Y es que también resultan evidentes, cuanto menos para mí, las ventajas que conlleva dicha opción, ya que si bien y como presunción iuris tantum en el bufete familiar un abogado joven puede sentirse –y de hecho normalmente lo está- protegido por el clan familiar que desarrolla su misma profesión, también constituye una presunción, que en otra firma desarrollará su crecimiento sin presiones familiares, que sin duda influyen, y podrá, además, extraer unos conocimientos y experiencias que luego pondrá a disposición de «su» bufete familiar.

No puedo dejar de lado en este artículo, la posibilidad de que el abogado recién licenciado inicie su andadura profesional en el mundo de la empresa privada.

Será, sin duda, una experiencia diferente a lo que es el ejercicio liberal de la profesión de abogado, y muy enriquecedora cuando decida, si es que lo hace, incorporarse al bufete familiar, y animo a todos los jóvenes abogados que hayan optado por leer este artículo, a mantenerse positivos en todo lo que afecta a la profesión que han elegido, porque, sin duda, tienen un destacado papel en el entramado de una sociedad llena de normas, con la consiguiente responsabilidad en su buen funcionamiento, lo que, lamentablemente, se olvida con frecuencia.

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