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Editorial

El lenguaje del abogado

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El lenguaje del abogado

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Les contaré una anécdota que, con mayor o menor similitud, han oído o vivido personalmente:  llega al despacho un cliente por vez primera y expone el problema o asunto al abogado en un corto espacio de tiempo, pongamos cinco minutos. La respuesta del abogado a la consulta planteada, se extiende más allá de la media hora, la visita concluye citando al cliente para una segunda reunión una semana más tarde. En el momento de la despedida, notamos en el cliente una expresión de incredulidad y hasta de cierto temor, pero no le damos importancia. Al cabo de una semana, vuelve el cliente y con una actitud algo tímida y precavida solicita hablar primero en los siguientes términos: –Sr. Abogado le estoy muy agradecido por las atenciones y explicaciones que me facilitó la semana pasada, pero sinceramente ¡¡no he comprendido nada!!–



Es opinión generalizada que el lenguaje del Derecho es demasiado técnico, que las palabras que se usan en el Derecho y las que usan los juristas no pueden ser entendidas por cualquier persona. Nos encontramos con dos registros, dos idiomas, el técnico del abogado y el popular del cliente ( o al menos de algunos clientes). Siguiendo con el relato anterior, nos encontramos al cabo de unos meses con el mismo cliente, en este caso, contento y satisfecho, –con la sentencia en la mano– y reconoce al letrado: –la verdad, no entiendo el porqué de tanto papeleo, que sí juzgados, declaraciones, testigos e informes, para acabar con que la casa en la que he vivido durante 40 años con mi madre al morir ella es mía– .

Esta anécdota debiera servir para llamar la atención sobre algunos elementos que pudieran dificultar el trabajo y la imagen profesional del abogado.  El trabajo del abogado consiste esencialmente en comunicarse diariamente con personas que no siempre pueden entender los términos, expresiones y conceptos de que se valen en su práctica diaria. El carácter convencional de su lenguaje no significa necesariamente que sea inteligible para todos; significa que al igual que otras profesiones (médicos, artesanos, arquitectos) el abogado usa un leguaje especial para ser entendido en su ámbito pero que lamentablemente no es comprensible por personas ajenas a éste. Y precisamente, para comprender al cliente y que éste nos entienda, debemos tratar de cambiar en lo posible nuestra jerga técnico-jurídica y sustituirla por términos sino equivalentes, sí al menos ilustrativos del caso planteado, ganando la confianza del cliente, que debe apreciar –cómo va a desarrollarse su asunto– . Cuestión, que aunque lo parezca, no es nada fácil.



 



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