Dignidad y profesión (I): la erosión de la abogacía cuando se banaliza su función
“La toga no se alquila”

(Imagen: Carlos Cómitre)
Dignidad y profesión (I): la erosión de la abogacía cuando se banaliza su función
“La toga no se alquila”

(Imagen: Carlos Cómitre)
Una parte esencial de la dignidad del abogado es darle valor al tiempo y al trabajo. No hablo solo de tarifas, sino de algo más profundo: el derecho legítimo a ganarnos la vida de forma digna y proporcional a nuestro esfuerzo. Porque cada hora que dedicamos a un caso —a veces robada al descanso, a la familia o a la salud— merece ser reconocida, no solo pagada.
Estos días, tras la publicación de una reflexión sobre un decreto que resolvía una impugnación de costas, he confirmado algo que muchos compartimos: como profesión, hemos tolerado demasiado. Hemos permitido que se banalice nuestro rol, que se cuestione nuestra autoridad técnica, y que se nos relegue a una posición secundaria incluso en el debate jurídico.
Ahora, desde fuera, un Letrado de la Administración de Justicia firma un decreto que interpreta y reordena nuestra función en un asunto crucial, asumiendo sin pudor lo que como colectivo no hemos defendido con la firmeza debida desde dentro. No es solo una cuestión jurídica: es una cuestión de presencia, de autoridad, y de respeto.
La situación en la que seguramente se encuentra quien redactó el escrito de impugnación de esas costas, proponiendo cifras ridículas, será la del letrado o letrada que tiene un “cliente” que no busca asesoramiento, sino obediencia. Que quiere dirigir el pleito, decidir la estrategia y dictar los argumentos, y fijar los honorarios del contrario cuando pierde, usando al abogado o abogada como mera mano ejecutora. Como si la toga fuese una prenda que se alquila para vestir su causa, y no el símbolo de una función profesional con independencia y responsabilidad.
Por eso he elegido ilustrar este artículo con la imagen de un despacho en ruinas con un cartel de «consultas gratis» a medio caer. No es solo una metáfora, es un retrato de lo que ocurre cuando la abogacía se regala, se arrincona o se deja utilizar sin criterio: pierde valor, pierde autoridad y, con el tiempo, pierde hasta el respeto social.
La toga no se alquila. Y no se improvisa. Representa criterio, esfuerzo y dignidad. Y el ejercicio de la abogacía debe dejar de ser confundido con un favor personal. Estamos aquí para servir, sí, pero también para vivir con dignidad de un trabajo técnico, humano y exigente.
Porque si no lo decimos nosotros, lo seguirán diciendo otros. Y puede que lo hagan con toga, pero no en defensa de la profesión.
