La experiencia convierte los retos del abogado en aprendizajes que facilitan cada nuevo curso profesional
"Cada día que pasa es más fácil ejercer la abogacía"
(Imagen: E&J)
La experiencia convierte los retos del abogado en aprendizajes que facilitan cada nuevo curso profesional
"Cada día que pasa es más fácil ejercer la abogacía"
(Imagen: E&J)
Cuando la alegría del verano empieza a declinar en favor de los tonos ocres que anuncian con timidez la llegada del otoño, sabemos que pronto empezará el nuevo curso. Los niños y jóvenes, de nuevo a los colegios y las universidades, y los abogados, de nuevo a los despachos.
En principio, para los niños y jóvenes, cada nuevo curso implica más esfuerzo; cada año se les exige más al acceder a niveles superiores de sus ciclos formativos, lo que implica enfrentarse a nuevos retos desconocidos hasta ese momento.
Por contra, para la mayoría de abogados, cada nuevo curso es más fácil. Y es así, no porque el nivel de dificultad de los asuntos objetivamente lo sea, sino porque cada año que pasa tienen más experiencia. El conocimiento teórico y práctico que aporta la experiencia de años de ejercicio genera, progresivamente, en el abogado una capacidad destacada para prever la evolución de los conflictos y sus posibles soluciones. No en vano, los abogados viven muchas vidas en una sola: la suya, que además acumula las experiencias de las vidas de sus clientes.
En los primeros años de ejercicio, el abogado continuamente sufre por dudar sobre si será capaz de estar a la altura profesional de quien confía sus intereses en su pericia y conocimiento. Con el paso de los años, esta preocupación persiste, pero en menor grado, pues la experiencia aporta algo a los abogados que es especialmente importante para la tranquilidad de su conciencia: saber que, en los asuntos de sus clientes, han hecho todo lo que se podía hacer, con independencia del resultado conseguido.
Por lo expuesto, no es aventurado afirmar que, salvo excepciones, para la abogacía cada nuevo curso es un poco más fácil.
