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Una imagen para la historia: los Juicios de Nuremberg

La fotografía elegida corresponde al primero de los Juicios de Nuremberg contra una veintena de jerarcas nazis

Imagen del primero de los Juicios de Nuremberg (Foto: BETTMANN/CORBIS)

Carlos Palacios-Pelletier

Fotógrafo. Asociación Fotográfica de Madrid




Tiempo de lectura: 3 min



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Una imagen para la historia: los Juicios de Nuremberg

La fotografía elegida corresponde al primero de los Juicios de Nuremberg contra una veintena de jerarcas nazis

Imagen del primero de los Juicios de Nuremberg (Foto: BETTMANN/CORBIS)



La imagen mostrada corresponde al primero de los denominados Juicios de Nuremberg (Noviembre 1945 – Octubre 1946), un litigio judicial iniciado por las naciones aliadas vencedoras de la Segunda Guerra Mundial contra una veintena de jerarcas nazis. Los procesos permitieron definir tres nuevos tipos de delito: guerra de agresión (o conspiración contra la paz), crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. El juicio contra los principales dirigentes nazis fue seguido de una docena de procesos posteriores que, entre otros colectivos, afectaron a jueces y personal médico.

La imagen se enmarca en el género del fotoperiodismo. Este tipo de fotografía persigue documentar una situación, circunstancia o realidad que, de algún modo, es noticia. No pretende capturar momentos maravillosos, transmitir un sentimiento o, simplemente, crear una imagen artística, sino tan sólo concebir imágenes que sirvan para ilustrar un momento de interés periodístico.



En la foto que nos ocupa el interés se centra en el banquillo de los acusados, aunque el encuadre es lo suficientemente amplio como para facilitarnos información relevante acerca de las características de la sala, la ubicación de los procesados, así como la de parte del personal administrativo y militar que está presente en el juicio.

La imagen nos sitúa en el momento en el que el Tribunal procede a la lectura de los cargos por los que estos son imputados. De izquierda a derecha, en primera fila podemos ver a: Hermann Goering, comandante en jefe de la Luftwaffe, Rudolf Hess, secretario particular de Adolf Hitler, que, en misión secreta voló a Gran Bretaña y fue capturado en 1941 por los aliados ingleses, Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores, Wilhelm Keitel, jefe del Alto Mando de la Wehrmacht, Ernst Kaltenbrunner director del Departamento Central de Seguridad del Reich y Obergruppenführer de las SS;  Fila de atrás: Karl Doenitz, gran almirante de la flota alemana y sucesor de Adolf Hitler tras su suicidio, Erich Raeder, comandante en jefe de la  marina alemana, Baldur von Schirach, líder de las Juventudes Hitlerianas, Gauleiter y Reichsstatthalter de Viena y Fritz Saukel encargado de la mano de obra esclava para la economía de guerra alemana.



La imagen nos muestra el desdén, la apatía y la ausencia de signos de arrepentimiento con los que los acusados reciben los cargos. Rostros relajados y hieráticos que centran el interés de sus miradas en objetivos contrapuestos.  Con esa actitud parecen mostrar que el juicio no va con ellos, que son sólo meros espectadores de un espectáculo ajeno en el que ni siquiera les es atribuido un rol secundario.



Diríase que sus gestos revelan una cierta incredulidad, la negación inconsciente de la realidad. Puede que ello se deba a que quizás aún no han sido capaces de asumir la caída del Olimpo de los Dioses, la desaparición del Reich de los 1.000 años. El deshonor y el oprobio que han sucedido a la derrota.

Su actitud puede deberse, asimismo, a una fiera convicción en su inocencia. De hecho, durante el juicio su defensa se va a articular en torno a la idea de que ellos tan sólo se limitaban a cumplir órdenes, sin juzgar de ningún modo las consecuencias éticas o morales de sus actos. Los mandatos relativos a la tortura y ejecución de seres humanos o a la práctica de actos malvados se ejecutaban sin proceder a su evaluación, a partir del respeto y la profesionalidad a las que les obligaba su posición de sumisión jerárquica. Por tanto, no se reconocen en la descripción que los fiscales hacen de ellos, o de sus actos. Todo ello les es muy ajeno, casi de una realidad paralela. Ellos se consideran a sí mismos como a personas normales que, simplemente, fueron responsables a la hora de asumir las tareas que les fueron encomendadas. Hannah Arendt en un amplio ensayo acerca de la complejidad de la condición humana denominó a esta actitud como la «banalidad del mal».

Por último, cabe asimismo una última interpretación acerca del comportamiento de los acusados. Esta última es más trivial y se centra en el hecho de que, sabedores de cuál iba a ser el sentido de la sentencia, no podían sino asistir con algo de tedio y conmiseración al juicio, con la secreta confianza de que éste fuera breve y, en la medida de lo posible, indoloro.

A modo de epílogo, corresponde indicar que casi un año después del momento en el que se produjo esta toma, la sentencia dictaminó que Hermann Goering. Wilhem Frick, Alfred Jodl, Wilhem Keitel, Ernst Kaltenbrunner, Joachim von Ribbentrop, Alfred Rosenberg, Fritz Sauckel. Julius Streicher y Arthur Seyss Inquart fueran condenados a muerte. Rudolf Hess fue sentenciado a cadena perpetua y Baldur Von Schirach y Karl Dönitz a veinte y diez años de reclusión respectivamente. Antes de que la sentencia fuera efectiva Hermann Goering burló todo el dispositivo de control, suicidándose en su celda mediante la ingestión de cianuro potásico

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