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La firma

A favor de una adecuada formación de letrados y graduados sociales en los aspectos procesales de la jurisdicción social

"Si es su primer juicio, díganselo al juez"

TSJ de Cataluña. (Foto: Archivo)

Pedro Tuset del Pino

Magistrado-Juez de lo Social de Barcelona.




Tiempo de lectura: 5 min



La firma

A favor de una adecuada formación de letrados y graduados sociales en los aspectos procesales de la jurisdicción social

"Si es su primer juicio, díganselo al juez"

TSJ de Cataluña. (Foto: Archivo)



Cuando finalicé los estudios de Derecho, en junio de 1982, nuestra promoción comprobó como en ninguno de los cincos años en que se impartieron las diferentes asignaturas que integraban el ciclo formativo no se nos había ofrecido ninguna clase práctica relativa a cómo presentar una demanda, el funcionamiento de un órgano judicial, los entresijos del procedimiento y su desarrollo hasta dictar sentencia, o qué papel desempeñaban el secretario judicial, el Fiscal, el Abogado del Estado o el Procurador de los Tribunales, y aún menos de qué manera intervenían los funcionarios adscritos a la oficina judicial (auxilios, tramitadores y gestores), ni cuál era el funcionamiento normal de ésta.

De esta guisa, nos encontrábamos, en aquel lejano año de los Mundiales de fútbol celebrados en España y del cambio histórico-político liderado por el PSOE, orgullosos de mostrar nuestro título que acreditaba sobre el papel nuestra licenciatura en Derecho, pero sin la menor idea de cómo ni de qué manera debíamos encauzar nuestra profesión de abogado, salvo aquellos que, por una u otra razón, se decantaron por preparar oposiciones para la Administración del Estado, autonómica o local o, sencillamente, se incorporaron a un despacho colectivo de abogados donde, se supone, serían adecuadamente formados. Y lo anterior con el obligado paréntesis de nuestra forzosa incorporación al servicio militar que nos abría un paréntesis de, al menos, trece meses en dique seco.



Desde siempre, o al menos desde que tengo uso de razón, todos los inicios profesionales han resultado difíciles. En mi caso, el debut como letrado lo fue en una organización empresarial sustituyendo a un abogado veterano y experto en Derecho del Trabajo y Seguridad Social, con que el reto era considerable.

«Desde siempre, o al menos desde que tengo uso de razón, todos los inicios profesionales han resultado difíciles» (Foto: E&J)



Ni que decir tiene que los primeros días, sólo ante el peligro, rodeado de textos legales y de consulta y con aquel teléfono de aspecto amenazante que en cualquier momento podía ponerse a sonar, mi corazón palpitaba al mismo ritmo que los nervios me dominaban y atenazaban, pues era consciente de que mi preparación teórica se enfrentaba a la práctica diaria de poder dar solución eficaz a los problemas cotidianos que cualquier empresario me plantease.



Tan solo la experiencia, basada en errores y aciertos, la confianza en uno mismo, la ilusión por bandera y la prudencia como consejera, lograron con el tiempo afianzarme en el ejercicio de mi profesión.

Pero dicho lo anterior, no creo ni por asomo que deba ser esta la forma adecuada y racional con que un recién licenciado salga a la arena del ruedo y se enfrente al problema, empleando un símil taurino, sino que se imponen dos fases, una endógena y la otra exógena, en la formación práctica.

En cuanto a la primera, lo lógico es que, para comenzar, acabados sus estudios, nuestro joven e ilusionado protagonista conozca la estructura, organización y funcionamiento del despacho profesional en que va realizar su labor, los objetivos, retos, problemas y estrategias a emplear y, especialmente, cómo no desfallecer ante los insuperables que, a buen seguro se le irán presentando.

El siguiente paso debiera basarse en la redacción de demandas (incluyendo el modo de efectuar un adecuado relato fáctico, una fundamentación jurídica acorde a la acción planteada y una petición no sólo ajustada a derecho sino consecuente con la postura procesal mantenida), escritos de tramitación y recursos, proponiendo los medios de prueba pertinentes, conociendo las técnicas para un eficaz interrogatorio de las partes, testigos y peritos, controlando los tiempos procesales durante el acto de juicio, cuidando la oratoria, estructurando la contestación oral, incluyendo las posibles excepciones de naturaleza procesal, adecuada en términos de oposición, y unas conclusiones que, respetando la brevedad y concisión, se limiten a la valoración de la prueba practicada y se orienten a poner en el sano convencimiento del juzgador las bondades de la acción ejercitada o de la oposición formulada.

Tan importante como lo anterior debe serlo la segunda fase de la formación, de naturaleza exógena. El conocimiento de la organización judicial, los criterios para establecer la competencia territorial y funcional, la estructura y dinámica de la oficina judicial y la labor encomendada a cada uno de sus integrantes, la diferencia entre diligencias de ordenación, providencias, decretos, autos y sentencias, sin olvidar el trato con los magistrados, jueces y letrados de la administración de justicia, dejando de lado los formalismos innecesarios y potenciando el trato directo y personal, siempre con el respeto y la consideración debidos.

Dentro de esta fase, se impone conocer el terreno que se pisa, esto es, el escenario donde nuestros jóvenes licenciados deben demostrar sus conocimientos y habilidades: la sala de vistas.

Saber la disposición física de los distintos elementos mobiliarios que la componen dará confianza y desenvoltura. Dónde debe sentarse la actora, dónde la demandada, quién es la persona que se encuentra al lado del juez, cómo diferenciar un juez de un magistrado, dónde se ubica la cámara de grabación o de qué manera debo dirigirme al juez, son cuestiones que no por recurrentes son toda una novedad para quien se estrena en la profesión.

La manera de comenzar a hablar, de transmitir confianza, estilo, seguridad, convencimiento, la forma de gesticular, de poner el acento en determinadas afirmaciones, cómo mirar al juez o al letrado adverso, cuándo pararse en el discurso para lograr un adecuado clímax, de qué forma solicitar en el acto de juicio una suspensión o un allanamiento, de qué manera y cuándo protestar, cómo responder ante el ofrecimiento del juez para alcanzar un acuerdo.

Son todas ellas circunstancias que para los profesionales veteranos pueden resultar recurrentes, pero que para nuestro joven y recién licenciado se muestran tan necesarias como imprescindibles en orden a la adecuada celebración del juicio.

Pues bien, en mis tres destinos como Magistrado (Fuerteventura, Lleida y Barcelona) en contadas ocasiones he tenido la ocasión de que se me pidiera autorización para la asistencia a juicio de alumnos que cursaran los estudios de Derecho, un máster o un curso de práctica jurídica, salvo las asistencias ya previamente organizadas por medio de las escuelas de práctica jurídica.

Esta anomalía desconozco si parte de una deficiente organización y planificación académica que no incluye en los planes de estudio la formación práctica o, existiendo, es debida al escaso interés de los alumnos por adquirir la necesaria práctica procesal como complemento imprescindible de sus habilidades teóricas.

Lo cierto es que los alumnos, y cualquiera que muestre interés manifiesto por su formación, que asistan a los juicios que a diario se celebran en cualquiera de los juzgados de nuestro país, podrán vivir sus experiencias en primera persona y perder el miedo escénico que tanto atenaza y es que una buena formación es el pasaporte hacia el futuro, puesto que el mañana pertenece a aquellos que se preparan para él en el día de hoy.

Una persona que conoce el ambiente, los medios y los protagonistas que intervendrán en el acto de juicio tiene mucho ganado y poco que perder. Un proverbio romano asevera que por la ignorancia nos equivocamos, y por las equivocaciones aprendemos.

Únicamente una recomendación a quienes se inician en la profesión: si es su primer juicio, no duden en advertirlo al juez. Muchos ante la duda o el temor no lo hacen y los nervios pueden jugarle una mala pasada que no pase inadvertida. El juez lo agradecerá y, sin duda, lo tendrá en cuenta y, desde luego, el profesional se verá arropado en su primer embiste.

Sólo falta que estas sugerencias no caigan en saco roto. Estoy plenamente convencido que el resto de mis compañeros son del mismo parecer y que, como yo, se ofrecen para mostrar a las jóvenes promesas del Derecho cómo actuar en juicio, pues como en cierta ocasión dijera Albert Einstein: “Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber”.

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