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La firma

Jazz, firmas profesionales y teletrabajo

En este culto a lo digital ha cobrado una especial intensidad el debate sobre la necesidad de fijar los parámetros y límites del teletrabajo

(Foto: Economist & Jurist)

Antonio Castán Pérez-Gómez

Socio de Elzaburu SLP.




Tiempo de lectura: 4 min



La firma

Jazz, firmas profesionales y teletrabajo

En este culto a lo digital ha cobrado una especial intensidad el debate sobre la necesidad de fijar los parámetros y límites del teletrabajo

(Foto: Economist & Jurist)



De un tiempo a esta parte parece que los despachos de abogados, como tantos otros colectivos, vivimos obsesionados por las marejadas inherentes al ecosistema digital. La necesidad de adaptarse a los dictados de la Sociedad de la Información y de la Inteligencia Artificial ha devenido una suerte de mantra en cualquier tertulia forense y un objetivo prioritario de todo plan estratégico.

Los profetas de esta cuarta revolución industrial (4RI) han recibido sin esperarlo ni desearlo un espaldarazo decisivo y más que justificado con la propagación de la cruel pandemia universal del Coronavirus. En este culto a lo digital ha cobrado una especial intensidad el debate sobre la necesidad de fijar los parámetros y límites del teletrabajo, ese bisoño modelo de entender el oficio cuya implantación estamos llamados a aceptar como si se tratase de un sacramento de nuevo cuño.



Sin menospreciar la importancia extrema que la transformación digital en todas sus manifestaciones y retos representa para muchos despachos colectivos e individuales, tengo para mí que en ese debate no siempre afloran algunos aspectos relevantes del ejercicio de la abogacía en el seno de las firmas profesionales. Me refiero, por eso de no caer en nostálgicas divagaciones ni en abstracciones moralizantes, a algo tan simple como la relación del abogado con sus compañeros de despacho. Me gustaría ofrecer un testimonio personal al respecto para confrontarlo con las interrogantes que suscita todavía el teletrabajo.



Desde hace algunos años vengo pensando que un despacho de abogados es como un combo de músicos de jazz. La idea me vino no por revelación de alguno de los dioses procesales que gobiernan nuestra profesión, sino por la lectura de las Memorias del genial trompetista norteamericano Wynton Marsalis. El título del libro viene rubricado por la frase «Cómo la música puede cambiar tu vida«, lo que dice mucho acerca de su autor: Marsalis, nacido en un ambiente de extrema pobreza y marginación en Nueva Orleans, ha llegado a ser una de las grandes figuras del Jazz contemporáneo y dirige en la actualidad el prestigioso Lincoln Center de Nueva York.

Wynton Marsalis (Foto: Caravan)



Por paradójico que resulte, sus reflexiones sobre las bandas de Jazz y la interacción de los músicos que las integran, entroncan directamente con una concepción posible, tan válida como cualquier otra, de la gestión y organización de un despacho. Y la aplicación a la abogacía de los modos y virtudes del Jazz puede resultar aleccionadora para afrontar cualquier reflexión sobre el teletrabajo en su aplicación a las firmas profesionales.

En efecto, a diferencia de una orquesta de música clásica en la que la personalidad de los intérpretes se diluye en cierta medida ante el protagonismo principal del Director, una banda  de Jazz se concibe como una agrupación de músicos cuya acción colectiva se asienta sobre dos principios esenciales: el desarrollo de la creatividad individual de cada intérprete y el respeto al espacio que los demás músicos necesitan para desplegar también la suya. Ya se entiende que en ambos casos el respeto a la partitura (el servicio al cliente) está por encima de cualquier otra circunstancia.

Algunas enseñanzas de Wynton Marsalis sobre la convivencia en el seno de una banda de jazz podrían extrapolarse mutatis mutandis al entorno de una firma profesional. Por ejemplo, una de las bases fundamentales del jazz, el swing, consiste en ajustar tu tiempo para que la interpretación responda al tiempo de la banda. En ese arte de «estar juntos”, el solista (el socio, entre nosotros) tiene que saber cuándo debe estar callado, cuándo reafirmarse o cuándo adueñarse del momento soltando alguna respuesta apropiada y lúcida.

Huelga decir que no siempre es bueno que todo el mundo tenga algo que decir en un tema de jazz, esto es, desempeñe el papel de solista; pero cuando se ejerce ese papel a veces es necesario hacer menos de lo que uno es capaz con tal de que los demás den más de sí. El potencial individual se magnifica uniéndolo y compartiéndolo con el de otras personas. No se trata -nos recuerda Marsalis- de ver quién es el más fuerte, el que más chilla o el que más acapara la atención, sino de conseguir que el sonido de conjunto genere el efecto deseado.

Pues bien, para encontrar y mantener el equilibrio adecuado entre el derecho a expresarnos como abogados y hacer las cosas a nuestro modo (ejercer como solistas) y la responsabilidad que se adquiere frente a los demás cuando se trabaja en un despacho (por la meta común del servicio al cliente) es imprescindible esa inmediación que lleva asociada el trato presencial. Si digo inmediación, antes que inmediatez, es por deformación de procesalista: me viene a la memoria el principio que impone al Juez un contacto estrecho y personal con el material procesal para una mejor formación de la convicción judicial.

Naturalmente esa presencialidad que garantiza el respirar acompasado de unos músicos y otros, en el caso de un despacho de abogados, no es necesaria en todo momento y se puede suplir en parte por las más que eficaces herramientas informáticas de la virtualidad y la comunicación en la nube. De ahí que el debate no exija un posicionamiento categórico (teletrabajo sí o no) sino más bien un análisis desprejuiciado sobre su grado de aplicación en cada organización.

Parafraseando el subtítulo de la obra de Marsalis que sirve de hilo conductor a estas reflexiones, cabría concluir que es obvio que el teletrabajo puede cambiar nuestras vidas en el seno de una firma profesional. Falta por delimitar el cómo debe hacerlo para que la deseable interacción entre los profesionales no se resienta y la música que la banda produzca (un servicio al cliente por encima de sus expectativas) siga fluyendo sin estridencias.

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