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Estilo de Vida

El funeral de Estado de Isabel II, todo un ejemplo de protocolo, organización e imagen

"Si tuviéramos que valorar en su conjunto el resultado final no dudaríamos en calificarlo de excelso, perfecto y deslumbrante hasta en sus mínimos detalles"

(Foto: Antena 3)

Pedro Tuset del Pino

Magistrado-juez de lo Social de Barcelona




Tiempo de lectura: 6 min

Publicado




Estilo de Vida

El funeral de Estado de Isabel II, todo un ejemplo de protocolo, organización e imagen

"Si tuviéramos que valorar en su conjunto el resultado final no dudaríamos en calificarlo de excelso, perfecto y deslumbrante hasta en sus mínimos detalles"

(Foto: Antena 3)



Desde que el pasado día 8 de septiembre se diera la noticia oficial del fallecimiento de la Reina de Inglaterra, Isabell II, en el Castillo Balmoral, a los 96 años de edad, hasta la ceremonia del funeral de Estado en la Abadía de Westminster, en Londres, el pasado día 19, todo el Reino Unido y, por extensión más de medio mundo, ha estado pendiente de los actos organizados en su memoria.

Quienes hayan tenido la oportunidad de seguirlos habrá comprobado el protocolo, la organización y la inigualable puesta en escena de todos los resortes tanto, estatales, gubernamentales, de seguridad y sociales para que todo siguiera el guion establecido desde hace años con la intervención personal de la Reina.



Si tuviéramos que valorar en su conjunto el resultado final no dudaríamos en calificarlo de excelso, perfecto y deslumbrante hasta en sus mínimos detalles. Porque de lo que no hay duda, o no debiera haberla, es que independientemente de la valoración que pueda hacerse del papel de las Monarquías en los actuales estados democráticos y de derecho, es que, al menos en el Reino Unido la institución monárquica ha sido y es útil en cuanto contribuye a la cohesión nacional y a su prestigio internacional, al menos con Isabel II, de la que el prestigioso diario londinense The Times no ha dudado en afirmar que no hizo nada bien en particular pero lo hizo bien, ya se sabe, el típico y secular humor inglés.



(Foto: Casa Real Británica)

Claro es que el rey no gobierna, como lo evidencia el que el actual Rey Carlos III, es el jefe de Estado, siendo su papel sobre todo ceremonial, aunque sigue ejerciendo tres derechos esenciales: derecho a ser consultado, derecho a asesorar y el derecho a advertir, así como designar al primer ministro para ejercer el cargo durante un período de cinco años, tras las elecciones legislativas de la cámara baja del parlamento,



Como se ha puesto de relieve, la muerte de Isabel II supone el final del reinado más largo de la historia en el Reino Unido. Tras más de siete décadas al frente de la jefatura de Estado, la sucesora de Jorge VI logró granjearse un amplio apoyo popular y se convirtió en el principal activo de la institución monárquica tanto dentro como fuera de las islas británicas, contando con la aprobación del 81 % de los británicos, según un sondeo publicado por YouGov durante el pasado mayo.

Estará por ver cómo afronte su reinado Carlos III de Inglaterra, y si, como anunció en su proclamación oficial, continuará con la política de su madre. En cualquier caso, la Monarquía de los Windsor va más allá de su propia estirpe y condición, conocedora de que mantiene el apoyo de seis de cada diez británicos pese a la caída de 13 puntos en la última década, que resulta ser buena para el país (56 %), sintiéndose orgullosos de la misma (47 %), y ello considerando que la familia real ofrece más ventajas que costes al pueblo británico (55 %).

Puede ser objeto de polémica el coste que haya representado los actos en honor al fallecimiento de la Reina, financiados con fondos públicos, sin contar el gasto que tendrá la ceremonia de coronación de Carlos III dentro de algunos meses, y de los que parece ser que no puede hacerse un cálculo estimativo, salvo que se acuda a otros actos similares, como el funeral de la Reina Madre, en 2002, que costó alrededor de 5.4 millones de libras, o el funeral de Lady Di, exesposa del entonces príncipe Carlos, valorado entre 3 y 5 millones de dólares.

El Rey Carlos III junto con nuestra reina consorte Sofía y nuestro reyJuan Carlos I (Foto: EFE)

Porque a pesar todo el boato y esplendor, la sociedad inglesa, o parte de ella, sufre los embates de una país aislado del resto de Europa, gracias al Brexit, el cambio de primer ministro, la conservadora Liz Truss, con fecha de caducidad ya que las próximas elecciones están previstas para mayo de 2024, a más tardar, con una inflación en torno al 10% y un incremento de los precios de la energía de casi un 30%% desde octubre de 2021.

No obstante, la Monarquía inglesa es lo más parecido a una empresa de servicios, que ofrece imagen, prestigio e ingresos a través de la venta de diversidad de souvenirs de una calidad y estilo fuera de toda duda y que atrae a millones de turistas embelesados por el Palacio de Buckingham, los cambios de guardia o los desfiles militares.

Según ponen de manifiesto las estadísticas, el Reino Unido registró un total de once millones turistas en 2020, ubicándose en el puesto 22° en el mundo en términos absolutos. Sin embargo, con 0,16 turistas por residente, el Reino Unido ocupa el puesto 97 en el mundo, mientras que en Europa del Norte ocupó el 9° lugar, generando alrededor de 48,52 millardos de dólares estadounidenses sólo en el sector turístico, equivalente al 1,5 por ciento de su producto interno bruto y alrededor del 45 por ciento de todos los ingresos del turismo internacional en Europa del Norte.

Tampoco debe olvidarse que el PIB estimado en 2022 del Reino Unido es de 3.442,21 miles de millones de dólares, con un crecimiento del 4,7% respecto del año anterior, con un PIB per cápita de 50.879 dólares y una tasa de paro estimada del 5%, con una Balanza de transacciones corrientes de -117,04 miles de millones dólares, que representa un -3,4 % respecto del PIB.

Pero volviendo al principio, me deslumbra la organización y perfección con que los ingleses organizan sus actos oficiales, la veneración y culto por su ancestral historia, el respeto de la gente al paso de cualquier comitiva o desfile, los medios de seguridad empleados, la vistosa variedad de los uniforme militares y paramilitares, la majestuosidad de los palacios y castillos que albergan las conmemoraciones y reuniones, la puntualidad y exquisito protocolo que todo lo culmina.

Los príncipes Guillermo y Harry (Foto: Casa Real Británica)

Un país, una sociedad, en suma, que logra alcanzar esta gesta está destinado a ser respetado, admirado y envidiado por todos. Trasladado a un proyecto empresarial sería sinónimo de un encaje perfecto entre organización y dirección, entre directivos y trabajadores, del empeño en conseguir una calidad de primer orden en los productos y los servicios, de proyectar una imagen corporativa apropiada y diferenciada, capaz de abarcar tanto el mercado nacional como el internacional. En definitiva, de conseguir el elemento diferencial que la distinga de todas las demás empresas.

No voy a negar mi condición de anglófilo, algo que a través de las anteriores líneas se habrá puesto de manifiesto, pero resulta notorio que los actos ceremoniales de estos últimos días han venido a consolidar mi convencimiento pleno de que el orden, la seriedad, el respeto, la consideración y la tradición histórica de todo un país se ha evidenciado no sólo con palabras, sino con hechos.

Las imágenes que nos ha ofrecido en riguroso directo la BBC, corporación pública de la máxima seriedad y rigor informativo, son fiel exponente de ello. Todo un país y una sociedad volcada en conmemorar los actos organizados guardando la conducta debida. Y más 500 dignatarios de todo el mundo congregados en la Abadía de Westminster, en el último homenaje a Isabel II. ¿Se puede pedir más?.

Una Abadía, por cierto, que, fundada en el año 960, por monjes benedictinos y reconstruida por Enrique III en el año 1245, haciendo honor a la tradición histórica, es el lugar donde se corona a los reyes y reinas – hasta 16 bodas reales -, incluida la coronación de Isabel II en 1953 y en la que más de 3.300 personas famosas, incluidos monarcas, están enterradas o poseen una placa recordatoria.

La tradicional fórmula “La reina ha muerto, larga vida al Rey” lema empleado como expresión ritual en la sucesión de las monarquías, especialmente en el reino de Francia, usada desde 1422 -sucesión de Carlos VI de Francia por Carlos VII de Francia- y en la corona británica (The King is dead, long live the King), usada desde 1272  con la sucesión de Enrique III de Inglaterra por Eduardo I de Inglaterra – convive con una sociedad madura y democrática como la inglesa que ha sabido dar al mundo otro ejemplo de convivencia entre la tradición y los tiempos modernos, de respeto a la institución monárquica y a su Reina.

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