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Anécdotas increíbles en el ejercicio de la abogacía

Pedro Merino Baylos

Partner at BAYLOS - IP lawyer en BAYLOS




Tiempo de lectura: 6 min



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Anécdotas increíbles en el ejercicio de la abogacía

Terminó presentando un par de escritos en el Juzgado quejándose de que le habíamos amenazado con enviar unos samuráis con espadas bien afiladas a cortarle la cabeza



Una anécdota es un relato breve de un acontecimiento extraño, curioso o divertido, generalmente ocurrido a la persona que lo cuenta. La profesión de abogado ejerciente es rica en anécdotas y cuantas más canas viste un abogado, más anécdotas vividas acumula. Pero son pocas las anécdotas que merecen el adjetivo “increíble” que indica que algo parece mentira o es imposible o muy difícil de creer. Aquí contamos algunas de este tipo, unas experimentadas en primera persona y otras conocidas a través de amigos y colegas.

I.- Un perito atemorizado por malvados samuráis

En lo más alto del pódium de las que he presenciado se encuentra sin duda una que ensombrece a cualquier otra que yo haya vivido. Todo empezó a raíz de un procedimiento judicial de infracción de patente en el que el protagonista fue un perito judicial que debía cuantificar la indemnización reclamada por el demandante. Yo representaba a la parte demandada.



Desde el primer momento en el que tuve contacto con el perito me di cuenta de que no era muy normal que digamos. Aparte de recibirme en su oficia-casa en pantuflas, lo que no parece muy apropiado para una reunión de trabajo, el señor perito tenía el aspecto de Jack Nicholson en la laureada película Alguien voló sobre el nido del cuco… y se comportaba como él.

A pesar de que las primeras impresiones acerca de esa persona hacían presagiar lo peor, lo cierto es que todo empezó discurriendo con aparente normalidad, incluso conversamos sobre algunas nociones esenciales de la indemnización por daños y perjuicios en propiedad industrial y el ámbito de la prueba objeto de su pericia. Hacía preguntas razonables y daba la sensación de estar centrado en ese terreno.



Pero posteriormente nuestro querido protagonista empezó a comportarse de forma realmente extraña. Hasta tal punto que terminó presentando un par de escritos en el Juzgado quejándose de que le habíamos amenazado con enviar unos samuráis con espadas bien afiladas a cortarle la cabeza (¡literal!).



(Foto: ICAL)

Lo más gracioso de todo es que, a pesar del temor que el hombre parecía experimentar por su vida, por eso de los guerreros del antiguo Japón, terminaba uno de los escritos diciendo: “Ale pues a cenar que se hace tarde. Por favor yo no les voy a volver a llamar y si ustedes me llaman lo cogeré si me da la gana siguiendo mi libre albedrío”. El hombre, como ya se puede imaginar, terminó en un psiquiátrico pasando antes por la cárcel. ¡A saber lo que habría hecho!… pero espero que esté ya recuperado.

Aunque era evidente que el señor perito estaba como un cencerro, el caso es que había sido designado judicialmente para cuantificar la indemnización reclamada a nuestro cliente. No es de extrañar que el cliente no pegase ojo durante un tiempo. Incluso me llegó a preguntar si realmente le habíamos amenazado con los samuráis dichosos. Yo le decía que el perito estaba de atar, pero igual no me creía completamente porque, la verdad sea dicha, era difícil de creer semejante delirio en la persona de un perito designado por el juez. Igual el cliente pensaba que el loco era yo y que me había pasado tres pueblos con el pobre perito… hasta que los médicos me dieron la razón.

II.- Un Juez… por decir algo

Pero Su Señoría me dijo que no podía protestar

Recuerdo una Audiencia Previa en la que me opuse a la admisión de una prueba propuesta por la parte contraria. Le dije al Juez que quería recurrir la admisión, pero me dijo que no podía hacerlo, a pesar de que la Ley de Enjuiciamiento Civil lo permite claramente. Yo, ciertamente airado, le dije que quería formular protesta. Protestar no es un recurso a la pataleta. Es que está expresamente previsto en esa Ley para poder reproducir esa impugnación en la segunda instancia. Pero Su Señoría me dijo que no podía protestar. Mi enfado era difícil de disimular. Pero controlando a mi corazón desbocado le pregunté por qué no podía protestar, y me espetó literalmente “porque no ha recurrido”.

Sinceramente creía que me estaba tomando el pelo. Fue uno de esos días en que uno se va a casa pensando que si supiéramos donde nos metemos, nunca nos meteríamos en nada.

III.- La Justicia “acojonante”

Llevaba una bolsa del super con una botella de ron dentro

Otra breve anécdota la viví en el interrogatorio a un demandado en un Juicio. Era un asunto de importaciones paralelas de ron de una famosa marca, de infracción de derechos de marca al fin y al cabo.

El hombre acudió al Juzgado como quien ha quedado en el bar con unos amigos y ya va un poco chispado. De hecho, llevaba una bolsa del super con una botella de ron dentro, no sé si abierta o cerrada, ni tampoco sé si era o no de importación paralela. Lo que sí recuerdo es que usaba un vocabulario malsonante. La Jueza, en un momento dado le recriminó su actitud y le pidió que utilizase un lenguaje más respetuoso con el Tribunal, a lo que el personaje respondió “perdone Señoría, es que estoy acojonado”. La verdad es que a la Jueza se le escapó una sonrisa… y a los letrados otra.

IV.- Un chino machista hasta las trancas

Cuando el fiscal le preguntó por su enfado, él le respondió que tenían seis hijos y que alguien tenía que ocuparse de la casa

Me contaba un amigo y colega, otra anécdota más sombría de un ciudadano chino al que le intentó asesinar el amante de su esposa en un siniestro plan urdido por ambos. El señor salió vivo de milagro a pesar de la lluvia de balas que le cayó encima al pobre hombre, quizá porque los chinos también deben tener sus ángeles de la guarda, o si no los tienen, porque Buda debió pensar que todavía no le había llegado su hora.

El fiscal que llevó el asunto consiguió que la pareja de amantes criminales diese con sus huesos en la cárcel. Cuando el fiscal se reunió con el suertudo marido, este, lejos de encontrarse agradecido por haber conseguido que su intento de asesinato no quedase impune, le recriminó que su señora estuviese en la cárcel. El fiscal pensó que aquel marido amaba profundamente a su esposa y que a pesar de todo la perdonaba y quería volver a estar junto a ella. Pero no era eso. Cuando el fiscal le preguntó por su enfado, él le respondió que tenían seis hijos y que alguien tenía que ocuparse de la casa.

No sé en China, pero en España eso se dice “por el interés te quiero Andrés”.

V.- La Justicia no es amiga de la vejiga

Los españoles somos ajenos a las necesidades fisiológicas cuando realmente toca ponerse serios

Menos interesante resulta la situación que padecí en otro Juicio, pero que no la puedo pasar por alto por lo mal que lo pasé. Empezó temprano en una ciudad andaluza, y es digno de mención porque demuestra que los españoles somos ajenos a las necesidades fisiológicas cuando realmente toca ponerse serios. El cliente era australiano y se recorrió medio mundo, en viaje de varias escalas, hasta llegar unos minutos antes del inicio del Juicio. La señora llegó echa un trapo porque eso de viajar tantas horas y pasar por tan diferentes zonas horarias, le trastoca a uno el ciclo circadiano, por muy fuerte que sea.

También se desplazaron sus abogados ingleses y el perito, un señor mayor de la Pérfida Albión experto en oncología. Entramos en Sala a las nueve en punto de la mañana. La jueza fue puntual. En estas vistas sueles beber mucha agua porque se habla y se habla; por no decir que la tensión del momento hace que la boca se le seque a uno como si hubieses desayunado pan rallado.

Seis horas después, la Jueza permanecía allí sentada sin pestañar, tomando notas de todo lo que acontecía. A mí ya empezaba a llamarme la atención mi vejiga, a rebosar como una piscina recién llenada en los primeros días de verano. Cruzar las piernas y hacerlas temblar siempre viene bien en estos casos, no sé por qué. Es como si la vejiga también se distrajese. Yo miraba a la australiana y a los ingleses, sentados en los bancos del público, y hacían lo mismo. Desde el estrado parecían un grupo de danza descompasado.

Allí nadie se atrevía a decir nada. La Jueza parecía un ciborg que no necesitaba ir al baño. Así estuvimos hasta la seis de la tarde. Recuerdo que cuando iba dirección de los aseos andaba como Chiquito de la Calzada. Los anglosajones, que no conocían a este fabuloso humorista, también le imitaban camino del baño. Me preguntaron con su característica flema inglesa si era normal que en España no se interrumpiese un Juicio para ir al baño, porque allí los juicios están perfectamente planificados por días, materias a tratar cada jornada y horarios, con sus correspondientes pausas humanitarias. Debieron pensar que el procedimiento judicial español no es apto para profesionales con incontinencia. No me extrañaría que desde aquella experiencia, antes de encargar un asunto, pregunten a sus abogados españoles, además de por sus honorarios, por una prueba de flujometría para ver que tal andan de ahí abajo.

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