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Desde la Encíclica Laudato si’ hasta el Anteproyecto de Ley de Residuos y Suelos Contaminantes

Javier Izaguirre Fernández

Redactor de Economist & Jurist.




Tiempo de lectura: 6 min

Publicado




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Desde la Encíclica Laudato si’ hasta el Anteproyecto de Ley de Residuos y Suelos Contaminantes



A finales de mayo de 2015 el mundo recibía con agrado la segunda encíclica del Papa Francisco: “Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común”. En ella, Jorge Mario Bergoglio, que precisamente tomó su nombre pontifical por San Francisco de Asís, considerado por el primero como el “ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral”, se dirigía, con ese estilo directo y sencillo que le caracteriza, a todos los habitantes del planeta, no sólo a los católicos, e invitaba a reflexionar sobre el desafío del deterioro ambiental y la consecuente crisis ecológica, que afecta a todas las facetas de la actividad humana y que además, exige un tratamiento integral.

“Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos”. (LS, 14)



 Hoy, pasado un lustro de tal convocatoria, los problemas de la contaminación del medio ambiente, el cambio climático, la cuestión del agua, la pérdida de biodiversidad, la “deuda ecológica” entre los países del norte y del sur, la desigualdad global, el consumismo obsesivo, la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, el predominio de intereses económicos particulares, el descrédito político… ya no es que persistan, sino que se han agravado. La actitud de la negación del problema, de la indiferencia, de la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas, persiste. La actualidad de su encíclica, aplicable incluso a la presente crisis sanitaria, económica, política y social que soportamos, cuanto menos, sobrecoge e impresiona:



Como suele suceder en épocas de profundas crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto. Comportamiento evasivo: Intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera”. (LS, 59)

Asimismo, Bergoglio, con sólidos criterios éticos, políticos, científicos y técnicos, ya en 2015 advertía de que el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles y vulnerables del planeta. Por eso, con valentía, evidenciaba que en el cambio climático hay “responsabilidades diversificadas”. De nuevo, los desequilibrios entre el Norte y el Sur. Aquellas zonas en vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro. Por un lado, tenemos un “superdesarrollo derrochador y consumista”, que contrasta por la otra cara del hemisferio, con “situaciones persistentes de miseria deshumanizadora”.



“(…) algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos admitiendo en la práctica que unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos”. (LS, 90)

En uno de los capítulos de la encíclica, dedicado a la debilidad de las reacciones, el Papa instaba a crear sistemas normativos que incluyesen límites infranqueables que asegurasen la protección de los ecosistemas, y en concreto, antes de que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminasen arrasando, no sólo con la política, sino también con la libertad y la justicia. En la misma línea, llamaba la atención a la debilidad de las reacciones de la política internacional, el fracaso de las Cumbres mundiales sobre el medio ambiente y se asombraba ante los argumentos de los poderes económicos justificando el actual sistema mundial, donde prevalece una especulación y una búsqueda de la renta financiera, ignorando con ello, todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente.

“Cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta.” (LS, 56)

Igualmente, y a pesar del transcurso de cinco años desde de su publicación, resulta llamativo la actualidad y la aplicabilidad práctica de su mensaje a muchas realidades actuales sociales, económicas y políticas. Porque por ejemplo, advertencias como, “la política no debe someterse a la economía” (LS, 189), quizás nos resulte comparable con ciertos escenarios vividos durante el trascurso de esta pandemia en muchos lugares del mundo; o “es indispensable la continuidad, porque no se pueden modificar las políticas relacionadas con el cambio climático y la protección del ambiente cada vez que cambia un gobierno” (LS, 181), aplicable quizás, de igual modo aquí en España, a las continuas reformas y contrarreformas, cuando cambia el Ejecutivo, en materia laboral, educativa, sanitaria, etc; o por último, “¿puede esperarse entonces que la legislación y las normas relacionadas con el medio ambiente sean realmente eficaces?” (LS, 142), ajustable tal vez a la reciente aprobación, hace unos meses, del anteproyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética, para que España alcance la neutralidad de emisiones, ¡antes de 2050!

«¿Puede esperarse entonces que la legislación y las normas relacionadas con el medio ambiente sean realmente eficaces?»

A pesar del deterioro de nuestra “casa común”, “la esperanza nos invita a reconocer que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para resolver los problemas”. Ya en el capítulo quinto, el primer papa jesuita, ya nos sugería algunas líneas de orientación y acción, comenzando y subrayando la importancia de “delinear grandes caminos de diálogo que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo”, y alentando a la responsabilidad, al fuerte sentido comunitario, a la capacidad de cuidado y a la creatividad más generosa: “¡Es tanto lo que sí se puede hacer!”

Por ello y síntoma positivo de todo lo anterior, sin tiempo que perder, a principios del mes de junio nos sorprendía el titular: “Arranca la tramitación del Anteproyecto de Ley de Residuos y Suelos Contaminantes para impulsar una economía circular, mejorar la gestión de residuos en España y luchar contra la contaminación”. El objeto de este es transponer dos Directivas comunitarias: la Directiva (UE) 2018/851, de 30 de mayo de 2018, por la que se modifica la Directiva 2008/98/CE sobre los residuos, cuyo plazo de transposición finaliza el próximo 5 de julio de 2020; y la Directiva (UE) 2019/904, de 5 de junio de 2019, relativa a la reducción del impacto de determinados productos de plástico en el medio ambiente, cuyo plazo de transposición se alarga hasta el 3 de julio de 2021.

Asimismo, el Anteproyecto que derogaría la Ley 22/2011, de 28 de julio, de residuos y suelos contaminados, nacería con el objeto de “la prevención o la reducción de la generación de residuos y de los impactos adversos de su generación y gestión, la reducción del impacto global del uso de los recursos y la mejora de la eficiencia de dicho uso con el objeto de, en última instancia, proteger el medio ambiente y la salud humana y efectuar la transición a una economía circular y baja en carbono con modelos empresariales, productos y materiales innovadores y sostenibles para garantizar el funcionamiento eficiente del mercado interior y la competitividad de España a largo plazo”.

¿Cuáles son las novedades más significativas de este Anteproyecto? Por ejemplo, en materia de fiscalidad ambiental, destacaríamos la introducción de un nuevo impuesto sobre los envases de plásticos no reutilizables. Por otro lado, en el ámbito de la prevención, subrayamos la inclusión de nuevas medidas para reducir los residuos alimentarios, favoreciendo en primer lugar la donación de alimentos y otros tipos de redistribución de alimentos; la prohibición de destrucción de excedentes no perecederos; o también la incentivación de la reducción del consumo de agua embotellada en envases de un solo uso. Asimismo, una de las medidas que ha causado mayor sorpresa, ha sido la referente a la prohibición, a partir de julio de 2021, de la introducción en el mercado de determinados productos plásticos de un solo uso, como son los vasos (incluidos sus tapas y tapones), recipientes para alimentos destinados a su consumo inmediato o para llevar (utilizados comúnmente por las franquicias de comida rápida), bastoncillos de algodón, cubiertos (tenedores, cuchillos, cucharas y palillos), platos, pajitas…

Entre tales artículos no se encuentran ni las mascarillas ni los guantes desechables, productos, que como ya contemplamos, están arrojados a lo largo y ancho de nuestras calles, océanos y bosques. Fruto de la pandemia que aun padecemos, a raíz de la compra obligatoria y el uso irresponsable de guantes, toallitas, mascarillas, frascos de desinfectante desechados, estos ya aparecen como un nuevo residuo habitual en nuestro medio ambiente, comprometiendo el bienestar de todos, provocando una nueva ola de plástico no biodegradable destructiva y ocasionando que su desaparición del medio ambiente se prolongue, según expertos, durante décadas.

«Lo que sucede en una región ejerce, directa o indirectamente, influencia en las demás regiones».

Terminado el pasado 3 de julio el plazo para el envío de las observaciones y comentarios, ahora toca esperar. Así las cosas, y como reitera el Papa en su encíclica en numerosas ocasiones: “Todo está conectado”. Insiste, en que “lo que sucede en una región ejerce, directa o indirectamente, influencia en las demás regiones”. Nunca lo sabremos, pero quizás lo que se publicó en 2015 por el propio Pontífice, tiene cierta influencia en esta casi obligada futura normativa. Por todo ello, aunque de forma inusual y extraordinaria, parece que esta vez sí, la Iglesia, gracias a la aportación de su máximo representante, se anticipó, denunció y pronosticó la necesidad de reducir la generación de residuos y así garantizar la protección del medio ambiente y la salud humana, antes que muchos Gobiernos y anteproyectos.

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