Latidos de África, un viaje gastronómico y cultural
Un vibrante homenaje sensorial que revela la riqueza escondida de la gastronomía africana, fusionando sabor, cultura y arte para abrir nuevos caminos de entendimiento y disfrute

(Imagen: Alberto Sanz Blanco)
Latidos de África, un viaje gastronómico y cultural
Un vibrante homenaje sensorial que revela la riqueza escondida de la gastronomía africana, fusionando sabor, cultura y arte para abrir nuevos caminos de entendimiento y disfrute

(Imagen: Alberto Sanz Blanco)
África es, quizás, el gran territorio pendiente en el mapa gastronómico global. A pesar de su inmensa diversidad—marcada por ingredientes autóctonos, técnicas ancestrales y un profundo sentido de comunidad en torno al alimento— su cocina sigue siendo, en muchos contextos occidentales, una gran desconocida. Lejos de los focos mediáticos que ensalzan otras tradiciones culinarias, la gastronomía africana rara vez goza del protagonismo que merece, siendo aún necesario romper tópicos y abrir el paladar a su riqueza auténtica.
En este sentido, jornadas como Latidos de África, celebradas en el restaurante Bloved —insignia sensorial del grupo Eboca—, se convierten en valiosas plataformas para tender puentes entre culturas a través del sabor. No se trata solo de comer, sino de comprender y de reconocer una herencia viva que reclama su espacio en el relato contemporáneo de la alta cocina.
La gastronomía africana es un mosaico de sabores intensos, texturas profundas y tradiciones milenarias donde cada plato cuenta una historia de territorio, clima y comunidad. Basada en ingredientes como el mijo, el ñame, el injera, las especias ahumadas o las salsas fermentadas, su cocina aúna lo vegetal, lo cárnico y lo espiritual en una misma mesa. Para acercar esta riqueza al comensal, Latidos de África propuso un cuidado menú degustación que funcionó como un viaje sensorial con paradas en países como Kenia, Etiopía o Senegal, descubriendo así, bocado a bocado, las singularidades de cada región y su forma única de entender el arte de alimentar.

Mukimu (Imagen: Alberto Sanz Blanco)
La primera parada de este viaje culinario nos lleva al corazón de Kenia, concretamente a la región central habitada por la comunidad Kikuyu, donde el Mukimu ocupa un lugar central en la alimentación cotidiana. Se trata de un plato humilde pero profundamente nutritivo, elaborado con puré de patata, maíz, judías verdes y cebolla, ingredientes básicos que, combinados, expresan la esencia de una cocina pensada para compartir y sostener. Más allá de su sencillez aparente, el Mukimu encierra la lógica de la autosuficiencia agrícola y el sabor de lo colectivo: un plato que nutre tanto el cuerpo como el alma. Desde las tierras altas de Etiopía llega la segunda parada del menú: Enqulal Firfir, un plato vibrante y reconfortante que suele tomarse en el desayuno, aunque su intensidad lo hace perfecto a cualquier hora. Elaborado con huevos revueltos, cebolla, tomate y el inconfundible berbere —una mezcla de especias que combina chiles, ajo, jengibre y otros condimentos locales—, se sirve acompañado de trozos de injera, el pan fermentado etíope que es tanto base como cubierto en la gastronomía del país. Fermentado, especiado y lleno de energía, este plato encarna la calidez de los hogares etíopes y la fuerza aromática de una de las cocinas más características del continente.
La tercera parada nos traslada a Senegal con uno de sus estandartes culinarios más emblemáticos: el Chebu Guinar, una versión del popular Thieboudienne, pero elaborada con pollo en lugar de pescado. Este plato contundente y lleno de carácter combina arroz cocido con una rica base de mafé —una salsa de cacahuete y tomate—, acompañada de verduras como zanahoria, cebolla, col y pimientos de todos los colores, aromatizados con perejil, laurel, tomillo y pimienta negra. El resultado es un guiso generoso y complejo, donde cada bocado revela capas de sabor, tradición y esmero. El Chebu Guinar no solo alimenta: evoca el calor de la cocina familiar, el arte de cocinar a fuego lento y el alma festiva de un país que celebra su identidad en cada cucharón.

Chebu Guinar (Imagen: Alberto Sanz Blanco)
Para cerrar este recorrido con dulzura, el menú nos llevó al oeste de África con el Thiakry, un postre tradicional originario de Senegal y muy popular también en países vecinos como Mali o Costa de Marfil. Se elabora a base de cuscús de mijo —fino y ligeramente granulado— mezclado con yogur, leche condensada o evaporada, azúcar y a menudo aromatizado con nuez moscada, vainilla o agua de azahar. Su textura cremosa y su sabor delicadamente especiado lo convierten en una deliciosa sorpresa final, ligera pero reconfortante, que aporta frescura y equilibrio tras la intensidad del menú.
Como acompañamiento perfecto, se ofreció también el Bowie, refrescante jugo elaborado a partir de la pulpa seca del fruto del baobab, árbol icónico de África occidental y oriental. Endulzado al gusto con azúcar o miel, y a veces enriquecido con leche o especias como la vainilla, este brebaje no solo aporta un contrapunto ácido y refrescante, también suma propiedades nutritivas gracias a su alto contenido en vitamina C, antioxidantes, fibra, calcio y potasio. Así, el cierre del menú supo conjugar tradición, sabor y salud en un homenaje completo a la riqueza del continente.

Enqulal Firfir (Imagen: Alberto Sanz Blanco)
Todo este viaje gastronómico estuvo delicadamente maridado con una cuidada selección de vinos Codorníu en sus variantes blanco, tinto y rosado. Cada copa sirvió para acompañar y realzar los matices de los platos, desde la frescura y acidez del blanco que armonizaba con las especias y texturas ligeras, hasta la estructura y redondez del tinto que sostenía los sabores más intensos y contundentes. El rosado, por su parte, aportó un equilibrio fresco y afrutado, perfecto para conectar con la diversidad de ingredientes y aromas que recorrían este homenaje a la cocina africana. Así, la experiencia se completó en una simbiosis perfecta entre tradición culinaria y el arte del buen beber.
Para entender plenamente una cultura, la gastronomía es fundamental, pero no puede separarse del arte y la música, auténticos vehículos de identidad y expresión. En Latidos de África, esta dimensión corrió a cargo de La Luna de África, un prestigioso grupo de danza y percusión africanas que, a través de una fusión de ritmos, melodías y danzas tribales, logró transportar al público a los orígenes más profundos del continente. Su misión va más allá del espectáculo: se trata de un proyecto de divulgación intercultural, formación e interacción multidisciplinaria que acerca la riqueza cultural africana a personas de todas las edades. Con un compromiso firme por derribar estereotipos, este grupo trabaja para dotar de arte y cultura africana a la sociedad, ofreciendo una visión auténtica, vibrante y necesaria que invita a la reflexión y al diálogo.

Thiakry (Imagen: Alberto Sanz Blanco)
Latidos de África en Bloved ha demostrado que la gastronomía es mucho más que un acto de comer: es una puerta abierta al conocimiento, a la empatía y al encuentro cultural. Estas jornadas, al traer a la mesa sabores auténticos y a la escena artistas comprometidos con la difusión cultural, cumplen una labor esencial de visibilización y valoración de una herencia milenaria que merece espacio y reconocimiento. En tiempos donde la diversidad gastronómica se convierte en un puente entre mundos, iniciativas como esta son un recordatorio necesario de que abrir el paladar es también abrir el corazón.
