Lina Restaurante: hospitalidad y mestizaje de sabores con raíces familiares
Un restaurante que aúna tradición, técnica y mestizaje cultural para ofrecer una experiencia gastronómica donde cada plato narra una historia y cada detalle invita a sentirse como en casa

(Imagen: Lina Restaurante)
Lina Restaurante: hospitalidad y mestizaje de sabores con raíces familiares
Un restaurante que aúna tradición, técnica y mestizaje cultural para ofrecer una experiencia gastronómica donde cada plato narra una historia y cada detalle invita a sentirse como en casa

(Imagen: Lina Restaurante)
Hay aperturas que pasan desapercibidas y otras que, desde el primer momento, dejan la sensación de estar llamadas a perdurar. Lina, en pleno corazón de Chamberí, pertenece a este segundo grupo. Con una propuesta entrelazada de sabores caribeños, argentinos y mediterráneos, este bistró contemporáneo nace del mestizaje y la memoria, arraigado en la tradición familiar pero con la vista puesta en el futuro. Una cocina de viaje y de hogar, de técnica y de emoción, la cual ya empieza a hacerse oír en la escena gastronómica madrileña.
Donde la cocina es historia, la sala un hogar y el comensal un invitado
La historia de Lina no se entiende sin la de los hermanos Diego y Patricio Massimino, creadores del proyecto y herederos de una visión culinaria mucho más allá de la técnica. El restaurante lleva el nombre de su abuela, figura inspiradora tanto del recetario como de la atmósfera que envuelve al entrar: cercana, cálida y profundamente humana. Lejos de buscar el artificio o el impacto fugaz, Lina apuesta por un lujo silencioso, el de hacer sentir al comensal como en casa. Pero ese sentimiento de hogar no se limita a la cocina o al servicio; también está presente en el propio espacio. Su interior, con una cuidada decoración floral, líneas elegantes y una atmósfera que remite a una antigua botica reinterpretada con sensibilidad, transmite cercanía sin perder sofisticación.
Esa filosofía se traduce en los pequeños detalles: en la calidez del servicio, en el ritmo pausado y en la vajilla cuidadosamente elegida y mostrada con orgullo, como si de una reliquia familiar se tratase. Las recetas —algunas de memoria doméstica, otras nacidas del cruce de culturas— se presentan con un equilibrio admirable entre afecto y técnica, entre lo reconocible y lo sorprendente. El equipo de sala ejerce con naturalidad ese rol muchas veces olvidado: el de auténtico anfitrión. Nombres como Jesús, Sebastián o Aimara imprimen cercanía, profesionalidad y ese trato atento y directo que acompaña sin invadir, con explicaciones claras, tono amable y una sonrisa real, no programada. En Lina, se viene a comer bien, sí, pero también a dejarse cuidar. Como en casa. Como con una abuela.

Pez limón (Imagen: Alberto Sanz Blanco)
Raíces, esencia y recuerdos: el mapa emocional detrás de cada creación
En una de las paredes, una frase simple pero contundente resume el alma de su cocina: “Mestizaje de sabores.” No es una consigna impostada ni un guiño superficial a la fusión, es la síntesis honesta de un recorrido vital y culinario. La cocina firmada por Patricio Massimino se construye desde lo vivido: desde sus raíces argentinas, desde su paso por cocinas europeas y desde una experiencia clave que los hermanos comparten con entusiasmo —el descubrimiento de las islas del Caribe, donde lo autóctono y lo importado se mezclan sin jerarquías, en un mestizaje natural, espontáneo y vibrante. Ese es, en esencia, el espíritu e hilo conductor de su trabajo. Las influencias argentinas aportan potencia y fondo, la esencia mediterránea equilibra con frescura y precisión y el espíritu caribeño suma luz, fruta y un toque de irreverencia que aligera lo solemne. Lo interesante de esta fusión es su finalidad: no busca el impacto fácil, sino la construcción de una narrativa gustativa coherente y personal, apoyada en ingredientes frescos y combinaciones bien pensadas.
La carta se estructura en tres apartados —Raíces, Esencia y Recuerdos—, una división nada arbitraria; funciona como un mapa emocional y conceptual de la cocina que Patricio Massimino quiere compartir. “Raíces” alude al origen, a la memoria, a los sabores de infancia. “Esencia” recoge el presente: platos más pulidos, donde técnica e intuición conviven. Y “Recuerdos” cierra con el tono dulce y nostálgico, como epílogo de una historia servida por capítulos. Incluso en los gestos más cotidianos —como el pan recién hecho, acompañado de mantequilla artesanal o el aperitivo de chayote con gazpacho de mango, se percibe el cuidado, la intención de convertir cada elemento del menú en parte de un relato.

Huevo cobarde (Imagen: Alberto Sanz Blanco)
Raíz pura: de la pesca familiar a la creatividad en la mesa
Uno de los platos más finos y representativos de esa “Raíces” es el pez limón, preparado y terminado en mesa casi como una obra de orfebrería gastronómica. El pescado, marinado en lima, jengibre y tamari, se monta sobre una crema de anacardos tostados y se acompaña de quinoa crujiente, caviar cítrico, chips de cebolla, brotes de acedera y puntos de yema cocinada a baja temperatura, con una ralladura final de lima que despierta el conjunto. Pero más allá del preciosismo y la técnica, el plato conecta con un recuerdo personal: las jornadas de pesca en familia en el Mar del Plata y ese ritual de cocinar lo capturado. Un bocado dispuesto a narrar, emocionar y equilibrar con precisión mestizaje, memoria y gesto contemporáneo.
Otro de los imprescindibles de esta sección es el huevo cobarde, un plato de apariencia sencilla pero construido con minuciosidad. El nombre, el cual ya despierta una sonrisa, esconde una elaboración precisa: huevo de gallinas criadas en libertad cocinado a baja temperatura, servido sobre una espuma de patata rustida con textura envolvente. Se corona con láminas de guanciale curado en el propio restaurante, cuyo sabor profundo y graso contrasta con la ligereza del conjunto. En un recipiente, se sirven cortezas sufladas como acompañamiento crujiente —una concesión lúdica para ser integrada por el comensal al ritmo de su apetito— y todo se redondea en mesa con una demiglace intensa, inyectando umami, profundidad y equilibrio. Un plato con sabor a cocina de fondo, pero también a mirada actual.

Mahi Mahi (Imagen: Alberto Sanz Blanco)
Esencia de carne y pescado: sabor y alma en equilibrio
La categoría “Esencia” abre con el mahi-mahi, pescado de temporada de carne tersa y sabor limpio, servido sobre un cremoso de yuca para aportar dulzor terroso y textura. Lo acompaña un pesto de albahaca tailandesa, más perfumado y vibrante que el clásico, y pipirrana que refresca y matiza el conjunto con acidez y verdor. El plato se completa en mesa con un delicado consomé de pimiento rojo asado, vertido alrededor como si enmarcara la composición, aportando notas ahumadas y un fondo dulce elevador de todos los matices sin enmascararlos. Un bocado elegante y bien equilibrado, donde lo local y lo foráneo se entrelazan con naturalidad.
No podíamos cerrar este capítulo sin hacer parada en una de sus carnes más celebradas: la costilla de Angus cocinada durante 16 horas a baja temperatura. Melosa, profunda, precisa en el punto y generosa en sabor, se sirve sobre un cremoso de eddos, un tubérculo de textura sedosa y matiz terroso que actúa como base ideal para recoger la jugosidad del conjunto. La acompaña una demiglace intensa matizada con tamarindo, afinando el conjunto sin restarle contundencia. Como contrapunto vegetal, las zanahorias encurtidas y ahumadas, introducen frescor, dulzor y un guiño de rusticidad. Otras opciones interesantes pueden ser el arroz meloso de cebolla y sepia, la bondiola de cerdo ibérico, o el cordero al curry jamaicano. Para maridar esta propuesta, se ha diseñado una carta de vinos con la misma sensibilidad y dedicación que define la cocina. En colaboración con Álex Pardo, reconocido como Mejor Sumiller de España 2023, se ha seleccionado una cuidada colección de etiquetas procedentes de España, Francia y Argentina, reflejo del mismo mestizaje cultural que guía cada plato. En nuestro caso, apostamos por un vino blanco argentino, The Llama, cultivado en las alturas vertiginosas del viñedo andino. Su color dorado brillante evoca la luz limpia y viva de las cumbres y su perfil fresco y expresivo armoniza con naturalidad tanto con la delicadeza del pescado como con la profundidad de las carnes, completando la experiencia con equilibrio y carácter.

Costilla de Angus (Imagen: Alberto Sanz Blanco)
Recuerdo dulce como cierre de un viaje de sabores
Para cerrar este viaje y llevarnos —como reza el propio apartado— un buen recuerdo, optamos por una propuesta tan veraniega como bien pensada: una sopa fría de guayaba como base perfumada y tropical sobre la que se disponen fresas confitadas, espuma de yogur griego y un sorbete de fresa. El conjunto funciona como un juego de texturas y temperaturas que refresca, reconforta y limpia el paladar, con ese equilibrio entre dulzor, acidez y cremosidad sin empalagar, que invita a la última cucharada con una sonrisa. Un broche ligero y elegante, fiel al espíritu del lugar. También destacan otros postres como la sopa fría de chocolate blanco o el plátano y dulce de leche.
Lina no es solo un restaurante de cocina mestiza, es un lugar con relato, con memoria, con raíz. Un espacio donde la técnica se pone al servicio del sabor y el sabor al de la emoción. Cada plato tiene un porqué, una historia detrás, y cada gesto —en cocina y en sala— refuerza la sensación de estar en un sitio con alma. En una ciudad cada vez más saturada de aperturas sin identidad, Lina destaca por ofrecer una experiencia honesta, refinada y profundamente humana. De esas que no solo se recuerdan, sino que se recomiendan con convicción.

Guayaba y fresa (Imagen: Alberto Sanz Blanco)
