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Estilo de Vida

Un viaje gastronómico a Galicia: Los montes de Galicia, un refugio de sabores auténticos

Un restaurante que destaca por la calidad excepcional del producto y un exquisito tratamiento, combinando con maestría la base tradicional gallega y técnicas culinarias vanguardistas

Pluma ibérica (Imagen: Alberto Sanz Blanco)

Alberto Sanz Blanco

Periodista, analista y crítico cultural




Tiempo de lectura: 7 min

Publicado




Estilo de Vida

Un viaje gastronómico a Galicia: Los montes de Galicia, un refugio de sabores auténticos

Un restaurante que destaca por la calidad excepcional del producto y un exquisito tratamiento, combinando con maestría la base tradicional gallega y técnicas culinarias vanguardistas

Pluma ibérica (Imagen: Alberto Sanz Blanco)

A escasos pasos de la emblemática Plaza de Toros de Las Ventas, en el distrito madrileño de Ciudad Lineal, se encuentra un rincón que transporta a los comensales directamente a la esencia de Galicia: el restaurante Los Montes de Galicia. Este establecimiento se ha consolidado como un referente culinario en la capital, ofreciendo una experiencia gastronómica que rinde homenaje a la rica tradición gallega.

La gastronomía gallega es reconocida por su autenticidad y la calidad de sus ingredientes, destacando productos del mar como el pulpo, los mariscos y pescados frescos, así como carnes y vegetales de sus fértiles tierras. Platos emblemáticos como el pulpo a feira, el lacón con grelos y la empanada gallega son testimonio de una cocina que valora la sencillez y el sabor natural de sus componentes. En Los Montes de Galicia, esta tradición se mantiene viva, ofreciendo a los visitantes una oportunidad única de degustar los sabores del noroeste español sin salir de Madrid. Con una carta que respeta las recetas tradicionales y un ambiente que evoca la hospitalidad gallega, este restaurante se presenta como una parada obligatoria para los amantes de la buena mesa.



(Imagen: Alberto Sanz Blanco)

La historia de Los Montes de Galicia es también la historia de José Espasandín quien, como ha compartido en numerosas entrevistas, emigró desde su aldea natal en Galicia con el sueño de compartir los sabores de su tierra. Inspirado por las recetas de su abuela, José comenzó su andadura en la hostelería desde los puestos más humildes, ascendiendo con esfuerzo y dedicación hasta establecer su propio restaurante. Con el tiempo, y tras años de trabajo incansable, José confió la dirección del establecimiento a su hijo, Daniel Espasandín, quien ha sabido mantener la esencia del lugar mientras incorpora nuevas ideas y técnicas culinarias. Este legado familiar ha sido condecorado el pasado año, logrando los Premios Lito a la excelencia, un galardón que lo coloca entre los diez establecimientos premiados por la Asociación Hostelería Madrid, con el apoyo de la Comunidad de Madrid. Además, ha sido reconocido como uno de los mejores restaurantes de España según la web estadounidense TripAdvisor, un testamento de su calidad y la fidelidad de sus comensales.

Ambiente y hospitalidad: dos pilares que elevan la experiencia

Antes de adentrarnos en la propuesta, conviene detenerse en dos aspectos que elevan —y mucho— la experiencia del comensal. El primero, su atmósfera cuidadosamente pensada: el espacio está dividido en dos zonas bien diferenciadas, el comedor principal y una elegante área de coctelería, pero ambas comparten un mismo hilo estético, cálido y acogedor. Los colores suaves, la entrada generosa de luz natural y una vegetación que cuelga sin estridencias generan un ambiente relajado, ideal tanto para reuniones familiares como para veladas informales entre amigos. El interiorismo encuentra un fino equilibrio entre la evocación de las raíces y una mirada contemporánea: motivos inspirados en la cerámica de Sargadelos se integran con acierto en un entorno donde conviven materiales nobles como la madera, el hierro, el cristal o el acero, sin perder calidez ni funcionalidad.

Ensaladilla rusa (Imagen: Alberto Sanz Blanco)

El segundo aspecto clave es el trato al cliente, que aquí no se concibe como un añadido, sino como parte esencial del ADN del restaurante. El equipo de sala, con profesionales como Roberto, despliega un dominio absoluto del tempo y las formas del servicio: cercanos sin resultar intrusivo. Esa hospitalidad serena y profesional es, sin duda, uno de los pilares que sostienen la experiencia. Y lo más admirable es que se mantiene intacta con todos los comensales, sin distinción. Aunque en sus redes sociales es habitual ver que por sus mesas han pasado futbolistas, políticos y rostros conocidos del panorama social, el trato es igual de atento y cordial para cada cliente. Aquí, la notoriedad no otorga privilegios: el respeto y la calidez están garantizados para todos por igual.

Bajo la dirección culinaria del chef David Toba, Los Montes de Galicia despliega una propuesta gastronómica que parte del recetario tradicional gallego, pero lo hace desde una mirada contemporánea, fruto del estudio y el conocimiento técnico. La excelencia del producto es el punto de partida: ingredientes frescos, de calidad incuestionable, que son tratados con mimo y precisión mediante técnicas actuales como la cocción a baja temperatura, el juego de texturas o la incorporación de matices internacionales. El resultado es una cocina que mantiene intacta la esencia de los sabores de siempre, pero que se expresa con un lenguaje moderno y refinado, logrando una simbiosis perfecta entre respeto por la tradición e innovación culinaria.

Buñuelo de bacalao crujiente (Imagen: Alberto Sanz Blanco)

Entrantes gallegos con un toque contemporáneo

En el arranque del menú, Los Montes de Galicia propone una selección de entrantes amplia, variada y pensada para satisfacer tanto a quienes buscan sabores reconocibles como a los que disfrutan de matices más creativos. Aun así, hay algunos platos que destacan con luz propia por su equilibrio entre técnica, producto y sabor. La ensaladilla rusa, por ejemplo, marca un excelente punto de partida. De apariencia delicada pero con una intensidad gustativa muy bien resuelta, combina una base tradicional con una presentación más actual: coronada con ventresca, huevas de mújol —conocidas como “el caviar del Mediterráneo”— y una espuma de mayonesa que aportan una textura y salinidad que realzan el conjunto sin enmascararlo. Fresca, ligera y precisa.

El pulpo a feira, uno de los emblemas de la cocina gallega, llega con el punto de cocción impecable: tierno, con ese mordisco ligeramente elástico que delata el dominio de la técnica y aderezado con un generoso chorro de aceite de oliva virgen extra y pimentón. Aquí no se busca reinventar la receta, sino perfeccionarla. Mención especial merecen también los buñuelos de bacalao, que pese a su pequeño tamaño —se sirven por unidad— concentran una potencia de sabor admirable. Crujientes por fuera, cremosos por dentro, y bien acompañados por un alioli suave de ajo asado, funcionan tanto como bocado para compartir como prólogo de una comida más larga. Entre otras opciones a tener en cuenta: la empanada casera de sardinillas y pasas, el carpaccio de bacalao con tomate otero y piñones, o las croquetas de cecina y queso San Simón, que rebosan identidad gallega en cada bocado.

Pulpo a feira (Imagen: Alberto Sanz Blanco)

El mar de Galicia: pescados clásicos y mariscos de alta calidad

El apartado marino la carta se estructura en torno a dos grandes líneas. Por un lado, los grandes pescados clásicos —rape, rodaballo, lubina, dorada— servidos con el empaque que merecen, desespinados en sala y cocinados con técnicas que realzan su sabor sin maquillajes innecesarios. Por otro, elaboraciones más actuales como el tataki o el tartar de atún rojo, que aportan matices exóticos y frescura al conjunto sin traicionar el espíritu del restaurante. Entre ambos enfoques se mueven también platos como el bacalao en costra o la merluza rellena, que combinan técnica moderna y fondo tradicional. El marisco, por supuesto, no podía faltar. Las gambas a la plancha, carabineros y cigalas, perfectamente ejecutados, son verdaderos manjares que destacan por su frescura y su punto de cocción exacto. Las raciones generosas de langostinos de Vinaroz o las gambas extra son un buen ejemplo de cómo un ingrediente de calidad puede brillar sin artificios. En definitiva, todo el apartado marino respira coherencia, producto y oficio, con una propuesta que sabe equilibrar lo esencial con lo innovador.

Del Campo a la mesa: carnes exquisitas y creativas

En el apartado de carnes, no se escatima en calidad ni en creatividad. Las costillas de cerdo, melosas y acompañadas de una barbacoa oriental, son un plato con mucho sabor y una textura perfecta. Las costillas de ternera de lechal blanca, asadas a baja temperatura, muestran un punto de cocción impecable, mientras que la carrillera de ternera, lacada con su jugo y acompañada de un puré de batata, ofrece un contraste delicioso entre lo meloso de la carne y la suavidad del puré.

Solomillo de vaca (Imagen: Alberto Sanz Blanco)

Los cortes de vaca, como el solomillo con mousse de foie y salsa de cerezas o el lomo bajo madurado en seco, destacan por su ternura y su complejidad de sabores, siendo perfectos para los amantes de las carnes rojas. Para una experiencia más auténtica, la paletilla de cabrito asada a baja temperatura también es una opción excelente. Sin embargo, es la pluma ibérica la que más me sorprendió y me dejó una impresión duradera. Con su carne jugosa y tierna, la combinación con el tomate especiado, el caviar de berenjena, el queso de cabra y la salsa teriyaki con sésamo rubio ofrece un equilibrio de sabores que te atrapa desde el primer bocado. Un toque más contemporáneo lo aportan el steak tartar servido en hueso de tuétano y el secreto ibérico a la plancha con sal ahumada de encina, mientras que la hamburguesa de wagyu con queso cheddar, cebolla caramelizada, tomate especiado y bacon, ofrece un giro moderno a la clásica receta. Para los verdaderos aficionados, el lomo de wagyu Premium «Finca Santa Rosalía» es el plato estrella, con un precio acorde a su calidad excepcional.

Un final inolvidable: postres que dejan huella

Torrija de Baileys (Imagen: Alberto Sanz Blanco)

Los postres no son un añadido más, son imprescindibles, y merecen un hueco destacado al final de la comida. La propuesta dulce de la casa es tan cuidada como el resto de la carta, con opciones que van desde lo clásico hasta lo más innovador. Entre ellos, la torrija de Baileys se lleva todo el protagonismo. Con una textura esponjosa y el toque ligero alcohólico, se sirve acompañada de un helado de galleta que le aporta cremosidad y frescura. Un postre que no deja indiferente y cierra la comida con broche de oro. Otro postre que destaca es la tarta de queso gallego, un homenaje a la tradición que se presenta con una confitura casera de mango, que equilibra perfectamente la cremosidad del queso. Es un postre sencillo pero profundamente satisfactorio.

Cerrar esta crítica es reconocer que este restaurante, además de distinguirse por ofrecer una experiencia gastronómica memorable, también destaca por su capacidad para mantener el equilibrio entre tradición y vanguardia en cada uno de sus platos. Desde su acogedor ambiente, pasando por una carta de excepcionales mariscos, carnes y postres, hasta la atención al cliente, todo está cuidadosamente pensado para que cada visita sea una celebración de los sabores más auténticos y sofisticados. Es un lugar que se cuida el producto, se valora la calidad y donde el comensal, ya sea un conocedor o un visitante ocasional, se siente siempre bien atendido. En definitiva, Los Montes de Galicia se ha consolidado como un referente indiscutible de la gastronomía gallega en Madrid, y sin duda, un destino imprescindible para los amantes de la buena mesa.

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